La cuaresma es el tiempo del perdón. Todos reconocemos que la invitación propia de este tiempo es la conversión, es decir, volver al Camino que nos da la vida (Jn 14, 6). Pero también es un tiempo para experimentar el perdón y, por qué no, un tiempo para perdonar, para romper las cadenas que nos atan.
En nuestras historias existen situaciones, recuerdos, eventos y personas que han dejado en nosotros huellas dolorosas. Son como pequeñas (a veces grandes) espinas que llevamos clavadas o cadenas que nos impiden avanzar, que van bloqueando nuestro camino y que se manifiestan en nuestros miedos, en la desconfianza, en nuestra incapacidad para darnos la oportunidad para amar de nuevo.
Pero ¡ay qué difícil es perdonar! ¡qué difícil es arrancarnos las espinas y sanar nuestro propio corazón herido! Hay cadenas que es muy difícil romper. Sin embargo, reconocemos que es el camino para encontrar de nuevo la esperanza, la ruta que renueva y restaura, la posibilidad de un nuevo comienzo, la dicha de recordar sin dolor porque el perdón no es sinónimo de olvido, sino memoria agradecida de aquel que mira hacia adelante. En fin, la oportunidad para volver a amar.
En nuestras historias existen situaciones, recuerdos, eventos y personas que han dejado en nosotros huellas dolorosas. Son como pequeñas (a veces grandes) espinas que llevamos clavadas o cadenas que nos impiden avanzar, que van bloqueando nuestro camino y que se manifiestan en nuestros miedos, en la desconfianza, en nuestra incapacidad para darnos la oportunidad para amar de nuevo.
Pero ¡ay qué difícil es perdonar! ¡qué difícil es arrancarnos las espinas y sanar nuestro propio corazón herido! Hay cadenas que es muy difícil romper. Sin embargo, reconocemos que es el camino para encontrar de nuevo la esperanza, la ruta que renueva y restaura, la posibilidad de un nuevo comienzo, la dicha de recordar sin dolor porque el perdón no es sinónimo de olvido, sino memoria agradecida de aquel que mira hacia adelante. En fin, la oportunidad para volver a amar.
E Ignaciana
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