ENSANCHANDO LA COMUNIDAD



Una vez le preguntaron al dibujante Forges si quería una vida larga y respondió diciendo que más importante era que la vida fuese ancha, por intensa y provechosa. Quizás porque en un camino ancho caben más personas, más compañeros con los que poder compartir y ayudarnos para celebrar los momentos buenos y los momentos duros que todo caminar conlleva.

Pienso que de esto trata el nuevo acuerdo que ha firmado la Santa Sede con China. Más allá de tecnicismos jurídicos y relaciones internacionales, más allá de hacer una lectura política del acuerdo –que quizás son las que más estamos leyendo– creo que también nos toca hacer una lectura en clave de comunidad que crece, que ensancha sus límites y acoge a quienes quieren sumarse a la vivencia creyente que compartimos. Una lectura que nos permita hacernos conscientes del encuentro entre dos comunidades de creyentes, que más que defender su identidad quieren terminar con algunos de sus límites. Porque, en el fondo, de eso trata este nuevo paso adelante. Lo que se ha negociado técnicamente es el procedimiento para el nombramiento de obispos, pero la consecuencia es que ahora nos sentimos más cercanos a otras personas que creen como nosotros y que nos invitan a crecer, a que nuestro camino sea más ancho.

Y esto nos complica la vida, evidentemente. Porque nos exige un esfuerzo de acogida, de comprensión, de acercarnos a quienes han estado lejos. Lo fácil es pensar que esto no nos toca, que es alta política, una maniobra de relaciones internacionales. Pero si lo piensas con tranquilidad no ganamos nada, ni siquiera la Santa Sede ha salido reforzada, pues muchos sectores han criticado lo que leen como concesiones al gobierno chino.

Por eso mismo me parece un gran paso adelante. Porque nos sitúa ante otros hermanos, otros creyentes como nosotros que desean también ensanchar su camino. Sin ganadores o perdedores. No para llegar lejos, sin importar cómo de largo sea el camino. No para maniobrar con intercambios, concesiones y diplomacia. Sino para sentirse, como nosotros nos sentimos ahora, más universales, más unidos a la vivencia comunitaria a la que nos invita Jesús. Haciendo realidad esa última invitación que recibimos para ir al mundo entero, para que en un mundo de barreras políticas, culturales, eclesiales, podamos demostrar que ninguna es lo suficientemente insalvable como para detener a los hermanos que quieren encontrarse, que quieren compartir un camino que cada vez sea el de más personas.

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