La limosna de los pequeños detalles… la del día a día, la de los acontecimientos cotidianos, la limosna discreta y sencilla, la que permanece atenta a las necesidades de los demás y me lleva a ofrecer tiempo, ilusión, consuelo…
La limosna que duele… dar aquello que necesito, aquello de lo que no quiero desprenderme, compartir en el sentido más puro. Jesús sabía lo que era la pobreza y la necesidad y nos dejó un mensaje muy claro: dar todo lo que uno tiene y seguirle. Él impuso, con su estilo de vida, una confianza tan grande en el Padre que asusta. Es el camino del Reino, el camino de la utopía en un mundo donde lo que importa es el tener sin medida.
La limosna que transforma… que toca el corazón, que purifica al que la da y enaltece al que la recibe. Jesús nos muestra un camino de pobreza, pero de una pobreza liberadora, alegre. La pobreza no es sólo renuncia, la pobreza es alegría, la pobreza es amor. “Una forma de satisfacer el hambre de nuestros hermanos consiste en compartir con ellos lo que tenemos: compartir con ellos hasta el punto de sentir nosotros mismos lo que sienten ellos”. (Madre Teresa de Calcuta)
La limosna que glorifica… dar y darse, ser solidario, engrandece al Señor, hace que Dios Padre se sienta orgulloso de sus hijos, porque sólo desde ese desprendimiento por amor puede empezar a construirse el Reino, su Reino. Dios quiere que estos milagros se sigan repitiendo, pero ahora sin su intervención y es por ello que nos invita desde su Palabra a ser desprendidos.
Pastoralsj
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