Me llamas por mi nombre. No es que me llames como a todos, así, en un mismo saco. Me llamas como soy, con mis límites y mis talentos, con mis dudas y mis certezas. Me llamas por mi nombre, con mi historia; conoces mis heridas, y mis posibilidades. Tú sabes cuál es mi sueño, y cuál es la meta que pones en mi horizonte. Tú sabes cuándo me caigo, cuánto te vendo, cuándo te busco y cuándo te rechazo. Y siempre, siempre, me estás llamando por mi nombre.
Me llamas ahora. Con urgencia... A veces quiero no pensar mucho. A veces prefiero dejar que las cosas lleguen solas (y solas no llegan). A veces pienso, ¿por qué yo? ¿por qué hoy? ¿por qué así? Y no tengo respuestas. Sólo la certeza de que AHORA es el tiempo de las respuestas. Ahora es la ocasión para cambiar, para optar, para soñar y perseguir las esperanzas. Me llamas con la urgencia de tu reino, que necesita tantas palabras, tantas manos, tantos corazones, tanto valor... Ayúdame a decirte sí, ahora... y siempre.
Me llamas a vivir el Evangelio. Es decir, a anunciar, a enjuagar las lágrimas, a descubrir las posibilidades para el mundo quebrado, a tender puentes hacia quien está solo, a exigir justicia teñida de misericordia. Me llamas a descubrir una felicidad distinta, que empieza por pensar en el otro tanto como en mí. Me llamas a cambiar de lógica y a reírme de tantas cosas que a veces me parecen indispensables. Me llamas a vivir las bienaventuranzas, el amor, el compromiso, la fe, la alegría profunda... cuando tantas veces todo en mi vida me llama a vivir el sentido común, el interés, la despreocupación, la duda y la tristeza. Me llamas a vivir con pasión, el evangelio. Ven, no apartes de mí los ojos, te llamo a ti, te necesito para que se cumpla en el mundo el plan de mi Padre ¿A qué me llamas hoy? ¿Qué quieres de mí? ¿Qué puedo hacer yo?
Pastoralsj
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