
Ya hemos entrado en el tiempo de la Cuaresma, en que se nos invita a la conversión de los corazones. La Iglesia nos anima a cambiar nuestra vida, dejando atrás todo aquello que nos impide seguir a Jesús de un modo más auténtico y radical. En otras palabras, nos invita a abandonar todo aquello que es superficial para caminar aún más ligeros hacia el corazón de Dios, que se entrega por todos.
Una de las herramientas que la Cuaresma nos recuerda para llevar adelante la conversión es el sacramento de la reconciliación, es decir, caer en la cuenta del mal que hacemos y pedir perdón a Dios por ello. Parece que la confesión es una de las grandes olvidadas de nuestro tiempo, quizá porque nuestro individualismo y soberbia nos impiden ver con claridad. Sin embargo, en la confesión, Dios recrea nuestra existencia, y nos ofrece un eterno comienzo desde el que empezar una vez más de nuevo.
E Ignaciana
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