SERVICIOS OCULTOS

El Papa Francisco ha expresado en varias ocasiones su devoción por san José, comparable tan solo a la que siente por san Francisco de Asís, el santo de quien tomó el nombre.

Los dos santos de la tradición cristiana que atraen la atención y la devoción del Papa son presentados como modelos de la vocación cristiana. Vocación que se concreta en cuidar al prójimo y a la Creación.

José y Francisco son personajes sugerentes e inspiradores que encarnan dos ideas que han cobrado fuerza en nuestra época: la ética de los cuidados y los servicios ocultos.

Uno de los primeros ejemplos que viene a la cabeza al pensar ambos conceptos es el trabajo (no remunerado) que muchas mujeres han desempeñado y siguen desempeñando en el mundo. Una labor fundamental, aunque oculta en términos monetarios, para el sostenimiento de la vida familiar y del tejido social son los cuidados –discretos, humildes y silenciosos– de millones de mujeres.

De un modo similar al trabajo doméstico, se habla hoy también de los servicios ocultos que ofrecen los ecosistemas naturales. Se trata de funciones básicas o «servicios ecosistémicos» que a menudo no valoramos hasta que los perdemos.

Por ejemplo: la capa de ozono nos protege de la radiación ultravioleta previniendo el cáncer; los humedales actúan como esponjas minimizando las riadas; la vegetación retiene el suelo evitando los deslizamientos de tierras; las abejas polinizan las flores posibilitando la fructificación; los sistemas de dunas impiden que los temporales destrocen la costa. Si pensamos en un bosque bien conservado, podríamos añadir otros valores intangibles como la experiencia estética o la posibilidad de descanso, meditación y recreo. La lista es interminable.

Como José, Francisco y millones de mujeres, la Creación entera ejerce también una labor de cuidado –discreta, humilde y silenciosa– que posibilita la vida tal y como la conocemos, aunque esa labor pase desapercibida a ojos de la mayoría.

La mayoría de los cuidados y servicios, paradójicamente, quedan ocultos y olvidamos que nos acompañan siempre allá donde vayamos. Minusvalorar a las personas que nos sirven y herir la tierra que nos da de comer es una trágica ceguera.

Por eso, en gran medida, la crisis socioambiental de nuestro tiempo no es un acto deliberado, sino el resultado del desconocimiento, el descuido y la falta de agradecimiento por tantos servicios ocultos que nos sostienen. El milagro de la vida se manifiesta cada vez que descubrimos quiénes somos: el fruto de innumerables cuidados humildes y de incontables servicios ocultos.

 

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