¡QUÉ DIOS NOS DÉ UNA MIRADA AMOROSA!


Si nos paseamos durante el recreo de una escuela podemos centrar nuestra mirada en diferentes situaciones que, de modo simultáneo, se van produciendo en ese espacio de tiempo. Podemos fijar los ojos en aquellos chicos que se están peleando por vete tú a saber qué motivo, o bien poner nuestra atención en aquellos otros que van jugando amigablemente y compartiendo felices este tiempo de descanso.

Así, según cual sea el centro de nuestra mirada, pensaremos que los niños son unos “diablillos” o unos “angelitos”. Pero sabemos que no todos no son ni una cosa, ni otra. No condenaremos ni salvaremos a la infancia solo por esa mirada. Lo mismos debería ocurrirnos cuando lo que observamos es el mundo que nos rodea. La realidad que contemplamos es compleja, calidoscópica, llena de grises.

Pidámosle pues al Padre que nos dé su mirada amorosa para con el mundo. Que la parte oscura no nos impida ver todo cuanto de bello y santo hay en el mundo. Ya que, como dijo San Pablo, “donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia”.

E Ignaciana

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