TERESA DE JESÚS, TESTIGO DE ESPERANZA

A Teresa le costó harto llegar a poner toda su esperanza en Dios.  Le costó años de dura brega.

Una de las amarra que más le impidieron el despliegue de su esperanza fue el miedo a la muerte, consecuencia de su salud quebradiza: «La muerte, a quién yo siempre temía mucho».  

Otra traba a su esperanza era el apego a todo lo terreno, a la honra social y al amor humano. Muy tarde descubrirá que todos los amigos son como «unos palillos de romero seco, y que asiéndose a ellos no hay seguridad, que en habiendo algún peso de contradicciones o murmuraciones se quiebran»; y que nada tiene consistencia definitiva en la vida si no se llega a la seguridad de que «Dios es fiel» y que «La esperanza en El, es nuestra fortaleza»; hasta la certeza de que «en El todo lo podemos». 

Fue el Señor, quien salió en su búsqueda, se metió en su vida y alumbró definitivamente su esperanza.

«Muchas veces he pensado espantada de la gran bondad de Dios, y regaládose mi alma de ver su gran magnificencia y misericordia. Sea bendito por todo, que he visto claro no dejar sin pagarme, aun en esta vida, ningún deseo bueno. Por ruines e imperfectas que fuesen mis obras, este Señor mío las iba mejorando y perfeccionando y dando valor, y los males y pecados luego los escondía. Aun en los ojos de quien los ha visto, permite Su Majestad se cieguen y los quita de su memoria. Dora las culpas. Hace que resplandezca una virtud que el mismo Señor pone en mí casi haciéndome fuerza para que la tenga» 

En silencio recorre tu propio camino de esperanza

¿Qué dificultades tienes para vivir la esperanza?

¿Qué recursos utilizas en los momentos de prueba, dificultad, oscuridad, desaliento?

Recrea Tu esperanza con este Cuento: «Espera fuera…

«De madrugada, un anciano en los soportales, recostado en una hamaca y tapado con una manta, observando la calle vacía… ¡Qué imagen tan fría, tan desoladoramente descarnada, de un anciano sin abrigo de aliento humano! Al mirarle, mientras bajo la avenida, entiendo su petición de cuando joven… y su espera: «Señor, ¿cómo podría yo tener tus ojos y mirar como tú miras?» Y una voz le dijo: «Sal fuera, ponte a la puerta» Han pasado los años. El anciano sigue durmiendo con la manta a la puerta de su casa. Le dicen loco y un poco le ignoran, pero, al amanecer, sus ojos arrasados de lágrimas demuestran que algo se le ha concedido ver que a nosotros se nos oculta. Nunca supo con seguridad si `salir fuera» significaba aquello de esperar en la calle. Pero una madrugada, años después, esperando fielmente, le vio los ojos, antes de amanecer… Una anciana que recogía cartones, se detuvo ante él. Se quitó la capucha negra que cubría su rostro; entonces lo vio a Él, no era una anciana, sino Él. Creyó morir de alegría. No se dijeron nada. Fue solo un momento, y entendió que tantos días de frío habían merecido la pena por aquel mirar, aquel sentirse amado. Los ojos de Él también estaban llenos de lágrimas. ¡Oh, Dios mío! Yo lo encontré ya con la claridad del día, tenía la mirada perdida, recostado en su hamaca, arropado, y la señal en sus ojos de haber llorado. Lo dejé allí, sin turbar su paz, con las ganas abortadas de preguntarle cómo es su mirada, seguro de que no me respondería, porque me toca a mí esperarlo fuera y saber, con toda seguridad, que también para mí un día su mirada será el mayor tesoro de mi vida, que ahora ya lo es en esperanza. Me queda solo una cosa por hacer: salir fuera y esperar, cada día, sin rendirme». (Miguel Márquez, «Amanece en Malpica»)

Cipecar

No hay comentarios:

Publicar un comentario