TU VOZ

EVANGELIO DE SAN MARCOS 10, 13-19

DESEOS DE PAZ DESDE UCRANIA

"Intentamos vivir cada día con la mayor normalidad posible, sin caer en el pánico. El pueblo ucraniano es muy fuerte y ya está acostumbrado a estos aires de conflicto", explica para Vatican News la misionera María Mayo que vive en Ucrania y gestiona junto a otras misioneras españolas, el centro infantil "Casa de los Niños".

Mientras continúan los esfuerzos diplomáticos para disolver la tensión entre Rusia y Ucrania con el fin de evitar que se reactive entre ellos un conflicto político y territorial que dura ya más de ocho años (con sus fases intermitentes); en un pequeño centro ecuménico de Kiev llamado "Casa de los Niños", varias misioneras españolas trabajan sin descanso cuidando con amor y entrega a unos 140 niños ucranianos (el número se ha reducido a causa de la pandemia) en edades comprendidas entre los 3 y los 16 años.
Vivir sin caer en el pánico, la gente quiere paz

En Vatican News hablamos con una de ellas, la Hermana María Mayo, misionera de la congregación de Santo Domingo, quien lleva 10 años en este país y nos cuenta que no abandonarán estas tierras a pesar de las noticias que hablan de guerra:

"Intentamos vivir cada día con la mayor normalidad posible, sin caer en el pánico. El pueblo ucraniano es muy fuerte y ya está acostumbrado a estos aires de conflicto", explica la religiosa haciendo hincapie en que lo que más desean es vivir en paz.
La misión de ciudar y educar a los más pequeños

Las Hermanas dominicas llegaron a Ucrania en 1997, seis años después de que este país se separara de la URSS (Unión Soviética) siguiendo la petición de Timothy Radcliffe (fraile que en aquel entonces era el Maestro de la Orden) de llevar el carisma propio de esta congregación religiosa al territorio ucraniano y continuar con la labor de evangelización, haciendo especial hincapié en la promoción y educación de la mujer a través de la escuela.

Pero en esa época, debido a la situación del país, era imposible fundar una escuela católica, por lo tanto crearon un centro ecuménico dedicado al cuidado y a la educación de niños y niñas, que son los que más sufren las consecuencias de lacras sociales como el alcoholismo, el maltrato y la pobreza.

"En este centro infantil seguimos el desarrollo del niño de una manera personalizada, tratando la relación de estos pequeños con sus familias. Los recibimos cuando llegan de la escuela y los cuidamos hasta que sus padres vienen a buscarlos, sin importar sin son católicos, ortodoxos, judíos, musulmanes o no creyentes, porque aquí lo que cuenta es el amor y los valores humanos", afirma María Mayo.

El pueblo ucraniano no pierde la esperanza

Con la ayuda de voluntarias y monitoras (muchas de ellas también asistieron a este centro infantil) las Hermanas realizan con los pequeños actividades, cursos de formación en valores bíblicos, charlas, clases de español y juegos, a la vez que organizan obras de teatro para que aprendan, a través de la representación creativa de historias, cuentos o canciones.

"Cuando compartimos desde el corazón, siempre se busca lo bueno", añade la Hermana María.

Se trata en definitiva, de continuar con la vida, seguir adelante con la misión de la Iglesia en medio de un país donde reina la inestabilidad y la incertidumbre. Un lugar con muchos problemas y desafíos sociales a los que hacer frente, pero también un pueblo con una gran historia de lucha y esperanza que no se rinde ante la adversidad.


La oración del Papa por la paz en Ucrania

Finalmente preguntamos a la religiosa española qué significado tienen para las misioneras que están en Ucrania, y para la gente en general, las palabras de aliento que llegan del Papa Francisco pidiendo oración por la paz, como ocurrió el pasado domingo 13 de febrero a la hora del rezo del ángelus dominical:

"El mensaje del Papa, no sólo este domingo, sino cada vez que pide rezar por Ucrania u ofrecer ayuno por este país, llega muy al fondo del corazón de las personas. Los padres de los niños de nuestro centro siempre lo agradecen y se emocionan al pensar que el Papa pide por ellos, porque es la Iglesia la que está cerca del pueblo", asevera María Mayo, señalando que pese a las alarmas de guerra, ella y sus Hermanas respiran aires de esperanza, fruto de la fe que sienten por Cristo:

"Como tenemos entre 71, 75 y 81 años nos presentaron la situación aconsejándonos que nos fuéramos de Ucrania por nuestra seguridad, pero nosotras hemos hecho un discernimiento. En realidad estamos aquí por Dios, por acompañar y por vivir su Palabra encarnada que nos ama a todos y especialmente, en los momentos de dificultad. Después de rezar, vimos claramente que no tenemos porqué irnos y así lo comunicamos a la embajadora. Nos quedamos en las manos de Dios que son las mejores", concluye nuestra entrevistada.

Vatican News 



VIERNES 25 de febrero 2022, "CONSTRUYE EL REINO DE DIOS EN LA TIERRA"



 

VIERNES 25 DE FEBRERO 2022, "LO QUE DIOS HA UNIDO QUE NO LO SEPARE EL HOMBRE"

¡CUIDA TU CORAZÓN!

¡Cuida tu corazón! Quizá sea uno de los consejos que con mayor insistencia me han hecho mis formadores. Muchas veces lo he escuchado, algunas otras lo he entendido, pero pocas veces lo he comprendido. Quizá ha sido con el caminar andado en mi vida religiosa, que he ido comprendiendo poco a poco lo evidente: cuidar el corazón no se refiere solamente a ese órgano cardiovascular de vital importancia que está encargado de bombear sangre día y noche por todo mi cuerpo; sino que es algo mucho más profundo. La palabra corazón tiene una honda raíz bíblica, en hebreo se dice lev y hace referencia a ese órgano interno ubicado en nuestra más íntima intimidad. San Juan de la Cruz nos cuenta en su poema Llama de amor viva, que el corazón es el más profundo centro de cada uno, un centro herido por una llama de amor viva que, hiriendo, no mata, sino que da vida pues así es el amor.

El corazón es el lugar donde descansa la escucha de esa inefable voz de Jesús que constantemente nos llama como el Buen Pastor, con un silbo tan suave que, aunque no siempre le entendamos, hace que le conozcamos y reconozcamos su voz para que no andemos tan desperdigados y perdidos; sino que nos tornemos a la morada donde Él habita con nosotros. Esa morada es nuestro propio corazón, es ese lugar privilegiado donde tiene lugar la constante llamada: «Escucha, Israel: amarás a tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza» (Deut 6, 3-4). Una llamada que cotidianamente nos crea, infatigablemente nos da vida y asiduamente nos llama a la belleza del verdadero amor para salvarnos del sinsentido. En el corazón se escucha esa voz que nos llama, pero esa llamada supone una inevitable respuesta. Llenarnos de ruidos, ignorar su llamada y acallar su voz es también un modo de respuesta que nos traerá, sí o sí, un oscuro vacío y una fría desolación.

Cuidar el corazón es cuidar nuestra atención para evitar la dispersión. Cuidarnos de no estar distraídos entre los miles de ruidos que trae consigo la propia vida, la banalidad del consumismo, la crueldad de la publicidad y la penosa inmediatez de las redes sociales. Cuidar el corazón es cuidar de nuestro cuerpo y nuestros sentidos: cómo miro, cómo toco, cómo escucho, cómo me acerca a los otros y qué palabras les dirijo. Cuidar el corazón es cuidar nuestras íntimas intenciones, acciones y operaciones pues, «de dentro del corazón de los hombres y las mujeres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al ser humano» (Mc 7, 21-23). Y lo que es peor, no siempre nos damos cuenta de la corrupción de nuestro corazón. Roguemos, como incesantemente lo pedía san Ignacio de Loyola «que todas nuestras intenciones, acciones y operaciones estén puramente ordenadas al servicio y alabanza del buen Jesús».

 

JUEVES 24 de febrero 2022, "TE NECESITO, SEÑOR"


 

EVANGELIO DE SAN MARCOS 9, 41-50

MI PUEBLO

Cuando uno es pequeño y tiene la suerte de tener pueblo, el pueblo es lo más. Ir a él supone correr, jugar, ir de un sitio a otro sin tener que dar muchas explicaciones en casa, pues… es el pueblo. Todos te conocen y conoces a todos. En la infancia, pueblo es sinónimo de fin de semana, vacaciones, libertad, jugar, primos,… todo lo que la ciudad no te permite tener a mano y que cuando estás en ella echas de menos.

Vas creciendo y al llegar a la adolescencia y la juventud, los años de universidad… sigue siendo importante, pero ya no es lo más. Sigues yendo, a veces con gusto… otras a regañadientes. Sigue siendo tu pueblo, pero le han surgido competidores: la ciudad y sus múltiples posibilidades, vacaciones con tus amigos, planes de fines de semana, los estudios... No obstante, en algunas ocasiones especiales: las fiestas en verano, alguna reunión familiar… el pueblo recupera todo su protagonismo, ahí sigue con su río, la plaza y su fuente, los amigos de la infancia.

Y casi sin darte cuenta, los años van pasando, vas teniendo una cierta edad, tus padres se jubilan… y comienzas a darte cuenta de lo importante que ha sido el pueblo en tu vida, y de las ganas que tienes de volver a él. Un fin de semana, una celebración, una fiesta, las vacaciones… cualquier excusa es buena para hacer una escapada; pues el pueblo ahora es reposo, descanso; pero no solo eso, es tu gente, te habla de tu vida, de tu historia y raíces… te permite tomar distancia del ajetreo de la ciudad, valorar y disfrutar de lo verdaderamente importante.

Y así es Dios para mí, tiene un poco de pueblo. Parafraseando al papa Francisco, Dios 'huele' algo a pueblo. Como el pueblo, Dios siempre está para nosotros; vamos y venimos, vivimos nuestra relación desde el entusiasmo, la distancia o la serenidad que va dando el paso del tiempo. Los años pasan, pero Dios es el de siempre, «yo soy el que soy» le decía ya a Moisés.

 

"BIENAVENTURADOS LOS QUE TRABAJAN POR LA PAZ"



 

EVANGELIO DE SAN MARCOS 9, 2-13

LA RELIGIÓN DE LOS EXCESOS

Recuerdo que cuando tenía 17 años y estaba preparándome para recibir el sacramento de la Confirmación la catequista que llevaba el grupo nos dijo que la nuestra era la religión de los excesos. Debiéndonos de sentir muy ingeniosos no tardamos en hacer la inevitable bromita adolescente y le preguntamos que en qué libro de la Biblia aparecía que Jesús se emborrachara o se drogara. La pobre hermana Rosa (que tenía más paciencia que una santa), nos explicó con una sencillez que consiguió desarmarnos que los excesos de Jesús no eran como los que estaban de moda los viernes por la noche. Los excesos de Jesús eran excesos de amor. Toda su vida había constituido un continuo exceso de amor que le había acabado conduciendo al mayor de todos los excesos de amor: la muerte en una cruz a pesar de su condición divina para salvación de la humanidad.

Esta nueva visión de la muerte de Jesús que nos ofrecía aquella mujer superó toda la lógica que era capaz de retener la mente de una chica reflexiva y racional como era yo. Efectivamente, lo de la cruz me pareció excesivo. Completamente innecesario. Pensé que era casi insultante. Jesús nos estaba tratando como a tontos. Tampoco era tan difícil de entender. La lección había quedado clara: si te pegan en una mejilla, pones la otra; si te piden que andes una milla, andas dos; si unos no tienen para comer, compartes hasta que incluso sobre; si pierdes una oveja, dejas a las otras 99 y te vas a buscarla…

El concepto estaba pillado. No hacía falta llevarlo hasta tal extremo. Además, precisamente llevarlo hasta tal extremo era utópico, lo convertía en imposible para cualquier mortal de a pie. Lo hacía inaccesible como modelo a seguir. Nadie en su sano juicio se dejaría matar pudiendo salvarse.

Así que decidí que ese día iba a interponer una distancia insalvable entre ese tal Jesús y yo. Estaba claro que yo nunca podría hacer ni siquiera algo parecido a lo que él hizo. Con lo cual, ¿por qué intentarlo si quiera? ¿Para qué complicarse la vida de semejante manera?

Hoy me atrevería a decir que lo he entendido. He entendido que sí podemos ser como Jesús en nuestro día a día, en lo más ordinario. Venía de Mercadona cargada hasta los dientes con bolsas y más bolsas. Conforme me acercaba al portal de casa solo podía pensar en que las llaves estaban en el fondo del bolso y que no sabía cómo iba a hacer para sacarlas sin desparramar toda la compra por el suelo. Esto es algo que he odiado hacer siempre y de manera especial ahora que ando evitando tocar cualquier superficie en la que el virus pueda estar camuflado. Pero justo cuando me he detenido para disponerme a hacerlo he visto que mi vecina del quinto cruzaba corriendo el paso de cebra de enfrente de casa con el carrito de su bebé mientras me enseñaba sus llaves y me hacía señas para que no tuviera que sacar las mías.

Qué tontería, ¿verdad? Pero podría no haberlo hecho. Podría no haberse pegado la carrera y haber llegado tranquilamente, sin despeinarse, después de que yo ya hubiese tenido que montar toda la parafernalia necesaria para poder abrir la puerta. O incluso podría haberse hecho la loca y haber aminorado el paso para evitar el incómodo momento de tener que sacar las llaves a toda prisa y ayudarme con alguna que otra bolsa a pesar de carrito de su hijo recién nacido. Pero ella ha decidido apostar por un exceso de amor que no hacía ninguna falta.

Y creo que de eso se trata si queremos seguir a Jesús. No todos los días se nos presenta la oportunidad de morir en una cruz (y quizá debamos alegrarnos, porque no ni sé si estaríamos preparados para hacerlo al estilo de Jesús). Pero sí podemos entrenarnos muriendo cada día un poco más a nosotros mismos, dejando de mirarnos el ombligo y empezando a mirar a quienes tenemos a nuestro alrededor.

Los excesos de amor no tienen por qué ser grandes obras. Solo obras hechas con gran amor.

 

VIERNES 18 DE FEBRERO 2022 " QUE TU PALABRA SEA SEMILLA EN MI CORAZÓN"


 

EVANGELIO DE SAN MARCOS 8, 34-9.1

IGLESIA EN VENEZUELA: JÓVENES PROTAGONISTAS DE LA REVOLUCIÓN DE LA CARIDAD Y EL SERVICIO

En el Día de la Juventud 2022 se recuerda a los jóvenes muertos en las diversas protestas de los últimos años.  

En el Día Nacional de la Juventud, la Iglesia venezolana en un mensaje invita a los jóvenes a sembrar esperanza y hacer el bien porque es la manera de “romper” las cadenas de la corrupción, la violencia y la violación de los derechos humanos.

¡Joven venezolano, eres valiente y creativo! se titula el mensaje de la Conferencia episcopal venezolana (CEV) con motivo del Día Nacional de la Juventud que se celebra cada año, el 12 de febrero, aniversario de la Batalla de La Victoria, en 1814, cuando liderados por el capitán José Félix Ribas, jóvenes seminaristas y universitarios, en defensa de la independencia, vencieron a las tropas de la corona española. “Protagonista de la Revolución de la Caridad y del Servicio”, frase tomada de la exhortación apostólica post sinodal Christus Vivit del Papa Francisco, abre la nota firmada por monseñor José Manuel Romero, obispo de El Tigre y presidente de la Comisión Episcopal de Adolescencia y Juventud en la que llama a los jóvenes a ser constructores de la “civilización del amor” fundada en la defensa de los “valores de la vida, solidaridad, paz, libertad, diálogo, participación”.

Héroes de “a pie”

Al afirmar que los jóvenes tienen la capacidad de mirar al horizonte sin límites, atraídos “por lo infinito que se abre y que comienza”, el mensaje recuerda que en sus corazones también vive el deseo de compartir, pues tienen claro que “quien vive solamente según el principio del beneficio propio o busca la realización personal sin tener en cuenta a los demás, no encontrará la verdadera felicidad”. Y ejemplo de ello, explica la nota del episcopado, ha sido la entrega de tantos jóvenes - personal sanitario, obreros de los hospitales, conductores, presbíteros, monjas, voluntarios - que en plena pandemia de Covid-19, se mostraron “compañeros de viaje” y “héroes de ‘a pie’” que entendieron que “la vida se fortalece dándola”

“Es alentador, genera esperanza, ver fotos en los que aparecen muchachos y muchachas visitando las casas de personas necesitadas, llevando alimentos y medicinas, dando una mano para llevar consuelo y alivio, realizando dinámicas para alegrar una mañana a niños en sectores populares. Y lo hacen no por protagonismos personales, sino porque la creatividad del Espíritu les impulsa”, afirman los obispos.

Sembradores de esperanza

El mismo Espíritu de misericordia y creatividad que “hace nuevas todas las cosas”, y que suscita “sueños” de justicia y fraternidad, que como dice el Papa Francisco en Christus Vivit, “hacen crecer la vida y nos permiten alegrarnos con los que están alegres y llorar con los que lloran”. “Y ustedes – dicen los obispos -, son sembradores de esperanza”.

“Gracias por atreverse a soñar en grande, por sus esfuerzos diarios en lo común de cada día, por ser resilientes, y usar la creatividad que recibieron como don de Dios Padre para proyectos innovadores que les permite ayudar a otros y sustentarse. ¡No se detengan! ¡lo están haciendo bien!”, expresa el mensaje del episcopado.

Ir contracorriente y hacer el bien

La CEV invita a la juventud venezolana a seguir “gastándose y desgastándose por el ideal del servicio que nos dejó el Maestro de Nazareth” y que se sientan alegres por el deber cumplido al ir “contracorriente” siendo honestos, amables, justos, trabajadores.

“No nos cansemos de hacer el bien. Es la manera de romper este espiral de corrupción, de violencia, de violación de los derechos humanos. Ustedes siguen siendo sembradores de esperanza. No dejen que nadie les arrebate ese entusiasmo en la construcción de la Civilización del Amor, “que es, sobre todo, afirmación de los valores de la vida, solidaridad, paz, libertad, diálogo, participación”, concluye la nota de la CEV.

Un día emblemático

Decretado por la Asamblea Constituyente de 1947 en reconocimiento a los servicios hechos a la República por los jóvenes que combatieron por la Independencia en 1814, el Día Nacional de la Juventud se ha celebrado siempre, para bien o para mal, en Venezuela. De hecho, la fecha suele ser la oportunidad por excelencia para que los jóvenes no solo manifiesten su entusiasmo y ganas de contribuir al desarrollo de la nación con actividades productivas y celebrativas, sino también una fecha emblemática para protestar y manifestar por sus derechos y aspiraciones como ciudadanos.

En los últimos 20 años, la juventud venezolana ha protagonizado el panorama político con protestas y movilizaciones estudiantiles en las principales ciudades y universidades del país, que ven en la gestión del gobierno una limitación y violación de sus derechos humanos y constitucionales. En esa vanguardia, lamentablemente, han sido muchos los abatidos por las fuerzas de represión, muchos los encarcelados, los exiliados y los migrantes.

Alina Tufani Díaz- Vatican News


JUEVES 17 de febrero 2022, "SIENTO LA MIRADA COMPASIVA DE DIOS"


 

EVANGELIO DE SAN MARCOS 8, 27-33

ECOSISTEMA HUERTO

El huerto es un espejo vital de gran importancia; no en vano lo cantan los poetas y los músicos, lo describen los escritores y lo plasman los pintores. Hay quien incluso va más allá dándole un valor político diciendo que cuidar un huerto es algo revolucionario porque es una muestra de soberanía alimentaria frente a la tiranía de las grandes multinacionales. También es muy formativo para la persona el saber producir los propios alimentos, cultivar la sensibilidad en el cuidado de las plantas, etc. Pero no vamos a hablar de eso. Nos vamos a meter dentro del huerto.

Para el alejado del campo podríamos decir en esquema que el huerto se caracteriza por sus frutos hortícolas y que funciona en torno a tres conceptos: alternativa, rotación y asociación. Las especies tienen una posición determinada en el suelo del huerto. Eso se llama alternativa ¿cuál es tu alternativa? Pues mira, aquí tengo solánaceas (patatas, tomates) allí liliáceas (cebollas, puerros), más allá leguminosas (lentejas, guisantes, habas), etc. Y luego cada año vamos rotando sobre la misma superficie, donde hoy hay unas leguminosas el año próximo tendré los tomates; eso se llama rotación de cultivos. Y finalmente está también otra disposición llamada asociación de cultivos que quiere decir que hay cultivos que se dan mejor y producen más y están más felices si están cerca de otros cultivos que si no lo están.

Este es el principio básico del ecosistema huerto. Tanto la alternativa como la rotación y la asociación tienen una función que hacen posible que el huerto sea sano, saludable y productivo, que se desarrolle en plenitud. Si, por ejemplo, en nuestro huerto sólo pusiéramos año tras año un mismo cultivo en toda la extensión, enseguida vendrían las plagas, enfermedades y falta de fertilidad, porque faltaría la necesaria biodiversidad para lograr el equilibrio.

¿A qué viene esta pequeña lección de Agricultura?

El ecosistema social, para funcionar debe ser como el del huerto. Que haya biodiversidad, no sólo tolerada, sino querida, porque la biodiversidad nos preserva de plagas y enfermedades como el racismo, la segregación y la marginación. No podemos llegar a la plenitud solos, ni cada uno como persona, ni siquiera como grupo social o especie. Nos necesitamos todos porque «todo está unido». Que vivamos los unos cerca de los otros; la sola convivencia ya es buena de por sí, pero además la cercanía y la convivencia es fuente de servicio y ayuda; igual que las plantas se dan sombra, nutrientes, defensas, la cercanía de las personas de distinta clase y condición, de distinto color y origen es enriquecedor por sí mismo, crea lazos de ayuda y cooperación. Que no busquemos un sistema social estático y perenne, que haya rotación en nuestra vida social, rotar y mover para mejorar; no aspiramos a una sociedad inmóvil sino dinámica que busca progresar, dar oportunidades. Esto en la Naturaleza funciona y la hace sana y productiva; ojalá cada vez sea más realidad en nuestras relaciones sociales para que haya más justicia y solidaridad.

La sociedad en la que vivimos es un huerto, puede ser un huerto equilibrado, bello, productivo, solidario, complementario, sano, diverso…

La Naturaleza nos muestra muchos caminos sencillos y bellos que nos ayudarían si estuviéramos una mirada atenta; otro día hablaremos del bosque o de las flores, o del suelo…

 

DIME COMO SER PAN

EVANGELIO DE SAN MARCOS 8, 1-10

EL AMANECER DE LA PALABRA

La esperanza está inscrita más que ninguna otra tendencia en el corazón. Ella le da sentido a nuestras búsquedas y aventuras. Sin ella, por cierto, no podríamos vivir. Y para ello basta que pensemos en todo lo que guarda escondida la palabra desesperación frente al no poder, a la pérdida, al dolor o a la muerte, como tan duramente experimentamos en este tiempo. La esperanza se vincula a nuestro ser y junto con la fe garantizan el camino que añoramos, sostiene en alto nuestros brazos y fortalece las piernas débiles y vacilantes para no caer ante el intento.

¿Qué se nos permite esperar? ¿Qué posibilidad nos abre la esperanza como espacio que desafía la inmediatez para escribir una nueva historia de la vida religiosa? En la esperanza encontramos la amplitud necesaria para manifestar lo posible, pero precisamos quererlo y hacerlo amanecer. Así lo afirmó tan sentidamente una hermana indígena de la Amazonia, cuando en el Sínodo celebrado nos compartió la frase que su abuelo acostumbraba a repetir: “Hagamos amanecer la palabra en obras”.

Es hora de “dejar atrás los discursos abstractos sustentados en principios apriorísticos y desencarnados, necesitamos proponer respuestas vitales que testimonien un mensaje que tiene que ver con lo que nos pasa. Encontrar palabras que fundamentadas en el existir no queden encerradas en su propia parcialidad, sino que apunten más allá de sí mismas […] universalizando así caminos de lo posible”1. Por cierto, un párrafo que invita a desencadenar posibilidades y aterrizaje para evitar quedarnos arropadas o arropados por solos discursos. Palabras que nos empujan a ubicarnos desde el lugar de la oportunidad como umbral del acontecer.

Quizás como vida religiosa, nos falte aliar más la fe a la esperanza para levantarnos de nuestras postraciones y parálisis. ¿Creemos en lo que esperamos? ¿Deseamos lo que esperamos? ¿Amamos lo que soñamos para hacerlo acontecer? No sea que la comodidad del “más de lo mismo” siga encontrado fisuras para calarse y quedarse instalada. ¡Hagamos que suceda!

 Carme Soto Varela

 

VIERNES 11 DE FEBRERO 2022, "DAME UNA FE EN SALIDA"


 

EVANGELIO DE SAN MARCOS 7, 31-37

DEJÁNDOLO ( CASI ) TODO, LE SIGUIERO

Los evangelios no son libros de historia. Tampoco son documentos jurídicos, ni relatos periodísticos que busquen reproducir fielmente unos hechos tal y como sucedieron. Los evangelios son textos que narran una experiencia de encuentro y de fe de una comunidad. Y esa experiencia se comunica con un lenguaje simbólico, propio la época en que se vivió ese encuentro.

Quizás por ello no sólo se contradicen a menudo en aspectos de la vida de Jesús –como el momento exacto de la resurrección– sino que, además, contienen errores evidentes para cualquier lector avezado. Un ejemplo muy claro es el de la llamada al seguimiento de los discípulos.

Cuando el evangelista Lucas relata el encuentro de Jesús con un pequeño grupo de pescadores galileos junto al lago de Genesaret, afirma que “dejándolo todo, le siguieron”. Los otros dos evangelios sinópticos rebajan un poco el tono. Marcos dice con el carácter sobrio y directo que le caracteriza que “dejando las redes, le siguieron”. Mateo, para quien la genealogía y la tradición familiar son tan importantes, sostiene que “dejando el barco y a su padre, le siguieron”. Para Juan, sin embargo, que no ambienta la escena junto al lago, es el Bautista quien presenta a Jesús, “y los dos discípulos oyeron lo que dijo y le siguieron”. En este caso, a diferencia de los tres sinópticos, no se concreta nada más sobre las implicaciones inmediatas del seguimiento.

La presentación de Lucas, por tanto, es la más arriesgada, porque afirmar que los discípulos lo dejaron todo por seguir a Jesús no es sólo exagerado, sino probablemente también alejado de la realidad de lo que pudo suceder.

Sabemos de sobra que los discípulos no lo dejaron todo; al contrario, llevaron con ellos muchas cosas de las que no consiguieron desprenderse durante los tres años que compartieron junto al predicador itinerante de Nazaret. Cargaron con sus historias personales, sus expectativas políticas, sus intereses familiares, sus modos de ser y hasta sus ideas sobre Dios y el Mesías. Quizás dejaron atrás la mayoría de posesiones materiales –la casa, la barca y las redes– y algunas relaciones familiares, pero sin duda arrastraron prejuicios sociales, políticos y religiosos.

Las historias que narran los evangelios, y su continuación en los Hechos de los Apóstoles, bien pueden entenderse como un progresivo desprendimiento y purificación de la primera llamada, como una comprensión cada vez más profunda de las consecuencias del seguimiento de Jesús por parte de los discípulos hasta su disposición final a presentarse ante Dios con las manos vacías y el corazón abierto. Podríamos decir que los discípulos sufren un proceso de desprendimiento que les lleva a dejar, primero, algunas cosas hasta finalmente, y tras muchos tropiezos, dejarlo todo.

Y este es un proceso que llevó tiempo, mucho tiempo, como se desprende de la lectura de los evangelios. Consciente de la enorme fragilidad de los primeros discípulos, Jesús desarrolla una pedagogía que explica las múltiples llamadas al seguimiento y los diversos anuncios de la pasión que jalonan los evangelios.

Las agendas ocultas, los intereses paralelos y las traiciones de los apóstoles ponen de manifiesto un seguimiento torpe, pero muestran algo todavía más importante: ya desde el principio la Iglesia no fue una comunidad de discípulos puros y seguidores incondicionales, sino un intento fallido, en permanente construcción.

Marc Vilarasau –compañero jesuita fallecido, por desgracia, demasiado joven– decía que la diferencia entre darlo todo y darlo casi todo es infinita. Y no le faltaba razón. El seguimiento de Cristo no demanda un salto cuantitativo, sino cualitativo. Judas, a pesar de su mala prensa, sólo se distingue cuantitativamente del resto por dejar quizás todavía menos, pero no porque los otros once fuesen capaces de dejarlo todo.

El ejemplo de Pedro es paradigmático para ilustrar este proceso. A pesar de ser el primero en escuchar la llamada, Pedro muestra en varias ocasiones su resistencia a aceptar el mesianismo sufriente anunciado por Jesús, llegando a rechazarle públicamente tres veces. Sin embargo, paradójicamente, es también, y a pesar de haber caído tan bajo, nombrado líder de la primera comunidad (“la piedra sobre la que edificaré mi Iglesia”) y morirá dando testimonio en Roma de la fe cristiana. Pedro pasa del deseo de seguir a Jesús, a ir dando casi todo, hasta finalmente darlo todo.

Sabemos de buena tinta (en este punto sí coinciden los cuatro evangelistas) que ninguno de los discípulos lo dejó todo antes de la muerte de Jesús. A pesar de ello, Jesús los llamó y los siguió llamando tras cada caída, tras cada rechazo, tras cada traición. Lo hizo con Pedro, con Santiago y con Juan. Lo hizo hasta el último momento, antes de expirar en la cruz, con el buen ladrón. Y lo sigue haciendo con nosotros. Jesús siempre tiende la mano y ofrece otra oportunidad.

Una de las principales resistencias que a menudo enfrentamos los creyentes y aquellos que se interesan por la fe cristiana es la difícil cuestión de la propia debilidad, inseguridad e inconstancia: “¿seré capaz de mantenerme fiel a este estilo de vida?, ¿podré imitar a Jesús pase lo que pase?, ¿seré digno de llamarme cristiano?”, nos preguntamos conscientes de nuestra fragilidad.

La respuesta es sencilla: No. No lo somos. Es más, no lo seremos nunca. Somos pecadores perdonados, llamados a ponernos en pie e iniciar el camino del seguimiento una y otra vez –como Pedro, como el buen ladrón y como todos los discípulos antes que nosotros.

Pero esto no significa que tengamos que resignarnos a partir de cero tras cada caída o tras cada renuncia. A diferencia de Sísifo –aquel deprimente personaje de la mitología griega cuya vida consistía en arrastrar una pesada piedra pendiente arriba para volver, irremediablemente, a empezar de cero ante la imposibilidad de conseguirlo– los cristianos no volvemos a la casilla de salida cada vez que tropezamos.

En la vida cristiana a menudo avanzamos retrocediendo, sí, como todos los creyentes que nos han precedido, pero nunca somos los mismos tras cada nuevo inicio. O no lo somos, al menos, si prestamos atención a la experiencia acumulada de la Iglesia. Contamos con el testimonio de innumerables cristianos, con la sabiduría de las Escrituras, con el poder vivificador de los sacramentos, con el apoyo de la comunidad cristiana y con nuestra propia experiencia para aprender y seguir avanzando.

Quizás Lucas, a pesar de todo, llevaba razón. Si escuchamos atentamente la llamada al seguimiento de Jesús seremos capaces, como los discípulos, de ir dejando casi todo hasta que, por fin, algún día, lo dejemos todo.

Jaime Tatay, SJ

JUEVES 10 de febrero 2022, "DEJO QUE LA PALABRA DE DIOS ENTRE EN MÍ"


 

EVANGELIO DE SAN MARCOS 7, 24-30

PESCADORES DE HOMBRES

El pescador de hombres y el pescador de peces no se parecen en que los dos pesquen. Que Jesús dijera «Desde ahora serás pescador de hombres…» no quiere decir que la labor principal del cristiano sea pescar paisanos-as. Hasta mi madre me recuerda a veces que soy pescador de hombres; que no vaya tanto a pescar (peces, se supone). Ser pescador no implica necesariamente que pesques, al menos siempre.

En la pesca a veces el día se te da bien: madrugas, viajas, llegas al río, te pones en faena con toda la artillería a punto, 3-4-8-10 horas y al final de la jornada con sus almuerzos y tal, has cogido alguna pieza (2-3) y hasta has tenido alguna anécdota, para contar (aunque sabes que no creerán el pedazo de trucha te ha picado y justo se ha escapado en la orilla ¡demonio!). También es muy frecuente –más de lo deseable–, que hagas todo eso y consigas lo que se llama un bolo, es decir, que no hayas cogido ni una trucha: doce horas en el río, has lanzado al menos dos mil veces el sedal… En la hora sexta (tan bíblica) te pareció que algo picaba… te dejaste el agua en el coche y terminas el día sin fuerza alguna, sudado, cansado, buscando una excusa externa a ti que explique tal fracaso.

Aun así, y aunque esto se repita mucho más de lo deseado, vuelves hablando de la pesca; a veces en la cama aún piensas que te podía haber picado un pez grande y lo que hubieras disfrutado sacándolo; y a la semana, cuando vuelves a pescar lo haces con las ilusiones intactas, pensando que al segundo lance vas a notar tremenda picada que te va a provocar una taquicardia de aquí te espero. Los grandes y repetidos bolos, no minan ni un ápice tu ilusión. No pescaste casi nada en la temporada, pero llega el invierno y empiezas a preparar los trastos de la pesca con la ilusión de un novicio. La ilusión te la da el que estás ahí, a la orilla del río, y puedes pescar porque estás en la orilla y en cualquier momento puede pasar y el río siempre es bonito, sobrecogedor. Estar ahí ya es bastante, eso es ya un premio, y a veces hasta pescas.

En la realidad de la pesca es donde hay parecidos con el Reino (el pesca-hombres): también haces largas jornadas, con mil lances y todos los cebos del repertorio puestos a prueba; ¡y cuántos bolos! Cuántas jornadas vuelves a casa con las manos vacías. Si tu ilusión la basas en las piezas cobradas (tus éxitos pastorales) vas de cráneo en el mundo que nos ha tocado vivir. Si te hace ilusión estar en la posibilidad, al borde del río, con alguien (o Alguien) a quién poderle contar tus verdades y tus mentiras… a veces los peces no son tan importantes. Si al día siguiente vuelves como nuevo, como si lo del día anterior no ha sido un fracaso rotundo, que no te ha restado ilusión, podrás llegar a viejo siendo pescador (de hombres), si no es así, corremos el peligro de abandonar.

Estar aquí, en esta tarea, con Él y salir a intentarlo, es el núcleo de la vocación cristiana ¡y a veces hasta pescas!