¿CAUSAS JUASTAS?

Si encontramos una causa común que nos convenza a todos y estemos dispuestos a pelear por ella, ¡menudos somos! No nos para nadie. Lo curioso es que existen muchas causas en las que somos capaces de ponernos de acuerdo rápidamente e ir todos a una: no son épicas ni necesarias, ni siquiera tienen que ser justas, van acompañadas de cierta picardía y consiguen un beneficio que sacia al instante. Un ejemplo es el que narra la noticia a la que pertenece este titular: «Una profesora de Derecho llega tarde al examen y los alumnos buscan una ley para el aprobado general».

Resulta que la profesora apareció con 30 minutos de retraso y los alumnos, mientras esperaban, en vez de ponerse a repasar, se dedicaron a buscar en la ley una norma que dictase que, tras esperar a la docente un tiempo determinado, se les otorgase el aprobado general. Ahí es nada.

Me llamó la atención lo fácil que despertamos la solidaridad para ciertas causas que, en el fondo, son una pillería. Somos así. Nos gusta el camino fácil, y para eso nos agarramos a un clavo ardiendo. Yo también lo veo en mis alumnos. La última vez tuvo como objetivo conseguir que se les devolviera el balón de fútbol para poder jugar durante el recreo, si es que a eso se le puede llamar jugar (a mí me recuerda más a la lucha libre). Vinieron en comitiva a la sala de profesores, convencidos de sus razones y con amnesia sobre los motivos que los llevó a esa situación. Allí no importaba qué había que aprender de la situación de cara a un futuro. Prevalecía lo que les convenía: recuperar el balón cuanto antes y jugar. Ya, si se repetían los motivos que los llevaron al castigo, protestarían de nuevo y vuelta a empezar.

Solemos confundir lo que nos conviene con lo que es justo. Una causa justa va más allá de la persona, tiene vocación de bien común y permanente, y se alimenta de la generosidad y fraternidad de cada uno. Las conveniencias, a mi entender, suelen ser motivos que nos llevan a actuar más mirando por el bien individual (aunque sea un bien compartido por muchos) que por un bien permanente, meditado, consensuado y verdaderamente necesario. En la lucha por esas conveniencias astutas y apresuradas sacamos garra, vociferamos, buscamos la trampa en la ley y confabulamos. La posibilidad de fracasar en el empeño no existe porque las protestas nos avalan, los gritos son altos, la cohesión es fuerte, y la cabezonería lo es más.

El problema de hoy es que creemos que somos merecedores de todo lo que deseamos. Y, normalmente, deseamos lo que creemos que nos conviene y no lo que es conveniente. Esto lleva al convencimiento de que del deseo a la culminación del mismo no hay ningún camino que recorrer, sino solo una catapulta que te transporta de sopetón y al instante. Sin esfuerzo, sin reflexión, sin análisis ni confrontación con uno mismo.

Por cierto, los alumnos de la noticia no lograron su propósito y tuvieron que realizar la prueba. Es lo que tiene la vida, que es más sabia que nosotros y, al final, te coloca en tu sitio. Sin trampa ni cartón. Ella también tiene sus propias conveniencias.

Almudena Colorado

 

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