VIVE ESCUCHANDO Y TU VIDA SE HARÁ CANCIÓN

Cualquier tarde, en este tiempo de invierno, sentada en medio de la naturaleza. El viento sopla, trae los sonidos de su caricia en las hojas de la encina que tengo al lado y susurra en los avellanos que hay al pie del camino. Si pongo atención también puedo escuchar al Cantábrico que duerme cerca de nuestra casa, y la ría que pasa serpenteante a nuestros pies.

En este conjunto de sonidos me doy cuenta de que me encuentro en medio de una melodía. Músicas que se entrelazan y bailan. El viento se hace partitura e invita a volar, a ir más allá, a trascenderse. Esta melodía que danza con las notas que brotan al contemplar la vida, ¿acaso  no me habla de Dios? ¿Acaso no invita a hablar de Dios, a cantar a Dios, a contar a Dios?

Verdaderamente la música es un lugar privilegiado donde encontrarse con la profundidad, con la hondura que somos, esa hondura que está habitada por Dios. Porque la música no es una cuestión de pensar sino de sentir, no es de la mente sino de las entrañas,  donde el lenguaje es más libre, más honrado, sin análisis ni bloqueos.

¿Qué es cantar cuando te sientas a orar? A veces buscamos lo perfecto y no es tanto la perfección sino la plenitud, es crear una comunión con las otras personas, dejar que lo más profundo de ti misma se exprese con toda su verdad, con sus miedos y sus certezas. En medio de las oscuridades y de la luz, es ser tú a través de tu voz para llegar a encontrarte en la entraña de Dios.

¿Quién no ha vivido la experiencia de que una canción le arranque una sonrisa o una lágrima?

Una invitación. Cierra los ojos, respira profundamente. Escucha. Escucha el sonido del viento. Escucha. Escucha los sonidos de la ciudad, por caóticos que parezcan tienen un sentido, un ritmo, tienen música. Escucha…

Porque, vive escuchando y tu vida se hará canción.

 

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