Cuando se ve al obispo de Tánger, Fray Santiago Agrelo, acogiendo a
migrantes sin juzgar y denunciando las fronteras que matan, o al Papa
pidiendo que cada parroquia o comunidad religiosa acoja a una familia migrante
a uno se le enciende el corazón. Uno se entusiasma con ese olor a Evangelio de
tantas religiosas y personas creyentes que se dejan la vida por atender a los
que huyen de la muerte porque en ellos se encuentran con Jesús.
Quizá por eso da más pena oír a un cardenal cuestionando la acogida de refugiados
y migrantes preguntándose si esta "invasión de emigrantes y de refugiados
es todo trigo limpio". Según el arzobispo de Valencia muy pocos de los
llegan huyen de sus países por ser perseguidos. El cardenal se pregunta con
tanta llegada de refugiados “¿dónde quedará Europa dentro de unos años?"
Llega a acusar a los refugiados de ser un “caballo de Troya”. Da mucha pena
leer que un pastor de la Iglesia de Jesús haga este tipo de declaraciones, pues
aunque no salga en primera página sabemos de la guerra en Siria, de las
matanzas de Boko Haram en Nigeria, Camerún y Chad, de la guerra en la República
Centroafricana. Son razones más que de sobra para huir. Pero también que en
tantos países empobrecidos los jóvenes no tengan posibilidad de educarse, o que
las familias apenas tengan para alimentar a sus hijos e hijas.
Yo creo que estas afirmaciones tan desafortunadas hablando “en general” se
hacen desde la teoría, cuando estamos más alejados de la realidad. Por eso le
deseo a monseñor Cañizares -y a todos- que tengamos ocasión de conocer a
refugiados concretos, hablar con ellos, compartir sus vidas y que en ellos nos
encontremos con Jesús, que nos dijo que quien acoge a un extranjero le acoge a
él. Da pena oír cosas como estas, y puede que como creyentes nos desanime oír a
un líder hablar así, pero no podemos olvidar que mientras tanto hay una
multitud de creyentes -y no creyentes- que se preparan para acoger a estas
personas haciendo carne el evangelio de Jesús.
Javier Montes SJ