MAYOR
QUE EL PROFETA
“Es poco que seas mi siervo
y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de
Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el
confín de la tierra”. Estas palabras de la segunda parte del libro de Isaías
(Is 42, 1-7) nos presentan la misión universal del “Siervo de Dios”.
Pascal escribió que
cuando llueve en la aldea, algunos párrocos suben al púlpito y anuncian el
diluvio. Somos demasiado provincianos. El mundo se extiende mucho más allá de
nuestro pueblo. Y la Iglesia es más amplia que nuestra parroquia. Dios desea
que la voz de su Siervo llegue hasta el confín de la tierra.
También en estos
tiempos necesitamos creyentes como éste. Los profetas de hoy no pueden
limitarse al grupo con el que se identifican. Han de salir a “las periferias
existenciales”, como dice el Papa Francisco.
Tal vez no podemos incendiar el mundo, pero podemos al menos encender una luz que indique el camino del bien y la verdad.
Tal vez no podemos incendiar el mundo, pero podemos al menos encender una luz que indique el camino del bien y la verdad.
ANUNCIO Y TESTIMONIO
Juan Bautista sabía
bien que él no era el Mesías. Ni siquiera lo conocía antes de que le fuera
mostrado por el Espíritu. Juan no tenía las respuestas que su pueblo esperaba.
Pero podía, al menos, anunciar la llegada del Mesías. Y manifestarlo cuando lo
descubrió ya presente entre los hombres.
En el texto que hoy se
proclama, Juan manifiesta con humildad su propio descubrimiento (Jn 1,29-34).
Ha llegado ya el que es mayor que él mismo.
Ha visto al anunciado por los profetas. Y, entre el Jordán y el
desierto, él realiza su vocación de
profeta anunciando su llegada a todos los que le escuchan.
Claro que Juan no se
reserva para sí mismo su descubrimiento. Sabe que la salvación no le pertenece.
Quien ha descubierto la verdad no tiene más remedio que comunicarla. Con su
palabra y sobre todo con su propia conducta. El anuncio, la profecía y el
testimonio son cualidades que se esperan también hoy de los creyentes.
EL CORDERO Y LA PALOMA
Las palabras que el
Bautista dirige a las gentes sobre Jesús resumen nuestra fe en el Mesías y
orientan nuestra vida de cristianos.
• “Este es el Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo”. Jesús es el cordero de la nueva Pascua.
Al mirarle a Él, descubrimos nuestro pecado. Y al mirarnos, él nos redime del
pecado. Él se ha ofrecido en sacrificio por nuestra salvación.
• “He contemplado al
Espíritu que bajaba sobre él como una paloma y se posó sobre él”. El Espíritu
que Isaías veía sobre el Siervo de Dios lo ha visto Juan sobre Jesús de Nazaret.
Él es la tierra firme que encuentra la paloma tras el diluvio.
• “Yo lo he visto y he
dado testimonio de que este es el Hijo de Dios”. Juan Bautista no habla de
oídas. Como él, todos los que hemos experimentado la cercanía del Señor, damos
humildemente testimonio de su presencia.
- Señor Jesús, como
Juan Bautista, también nosotros hemos descubierto en ti la promesa ya cumplida
de nuestra redención. Cordero de Dios
que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. Amén.
José-Román Flecha Andrés
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