Rezaba y rezaba. Oraba sin
interrupción. Se dirigía a ti con una confianza infinita, sabiendo que
de ti procede todo bien, que eres la fuente de toda bendición. Bañada en
el amor, en el abandono. Sabiendo que por el hecho de ponerse ante ti,
de expresarte sus deseos, con palabras o en silencio, su vida ya se
estaba transformando y haciendo fecunda. Así, Señor, Ana. Así, Señor,
cada uno de nosotros, llamados a vivir en la oración.
No hay comentarios:
Publicar un comentario