Nos hace falta una certeza interior y es la convicción de que Dios puede
actuar en cualquier circunstancia, también en medio de aparentes
fracasos, porque «llevamos este tesoro en recipientes de barro» (2 Co 4,7). Esta certeza es lo que se llama «sentido de misterio». Es saber con certeza que quien se ofrece y se entrega a Dios por amor seguramente será fecundo (cf. Jn
15,5). Tal fecundidad es muchas veces invisible, inaferrable, no puede
ser contabilizada. Uno sabe bien que su vida dará frutos, pero sin
pretender saber cómo, ni dónde, ni cuándo. Tiene la seguridad de que no
se pierde ninguno de sus trabajos realizados con amor, no se pierde
ninguna de sus preocupaciones sinceras por los demás, no se pierde
ningún acto de amor a Dios, no se pierde ningún cansancio generoso, no
se pierde ninguna dolorosa paciencia. Todo eso da vueltas por el mundo
como una fuerza de vida.
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