LA FELICIDAD NOS ACABA ENCONTRANDO


Hay momentos en los que a uno le toca tomar decisiones importantes: un proyecto de futuro serio, un cambio de rumbo más o menos definitivo... Y claro, suele haber gente que no te acaba de entender. Aunque te quiere. Entonces es muy probable que vuestra conversación termine así: “pero estás contento, ¿no?; pues eso es lo importante”. 

¡No cabe duda de que es bueno estar contento! Incluso cuanto más, mejor. Sin embargo, hay un peligro muy real: que conseguir mi propia felicidad se convierta en el mayor de mis desvelos. Porque si es así, ¿estaría dispuesto a amar -sabiendo que el amor a veces duele-?, ¿me arriesgaría a perder parte de mi comodidad por ayudar en la felicidad de otros? O ¿cómo encajaría los momentos de oscuridad que forman parte de cualquier vida normal? Más aún, ¿sería posible creerse el evangelio cuando las cosas no van bien? 

Da la impresión de que lo de Jesús no tiene mucho que ver con la búsqueda de la propia felicidad por encima de todo. Más bien se parece a ese pan que se rompe y se parte en la lucha por una vida buena para otros. Y el milagro es que, viviendo así, la felicidad nos acaba encontrando. Casi sin querer.

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