LA PRESENCIA DEL PADRE
En muchos países
católicos en la fiesta de San José se celebra también “el día del padre”. Es
una buena ocasión para recordar y agradecer lo que el padre ha hecho por
nosotros.
Es cierto que, por desgracia, la figura del padre ha sido muy
devaluada en nuestra sociedad. Como siempre son muchas las causas y las
responsabilidades quedan muy repartidas.
Se critica con frecuencia la figura del padre “ausente” de la
familia. O del padre “periférico”. Se denuncia a veces su dureza en la
educación de los hijos y otras tantas veces, su dejadez, la inconsistencia de los valores que transmite,
la incongruencia entre lo que dice y lo que practica.
Las tremendas adicciones de muchos jóvenes son atribuidas con
demasiada dureza al padre de familia, olvidando que cada hijo tiene hoy muchos
“educadores” dentro y fuera de la familia. Ya Jardiel Poncela criticaba a los
críticos del padre: “Por severo que sea un padre juzgando a un hijo, nunca es
tan severo como un hijo juzgando a un padre”.
La paternidad es una auténtica vocación. En su catequesis del
día 4 de febrero de 2015, el Papa Francisco ha subrayado la necesidad de que el
padre esté presente en la familia. Una necesidad que implica múltiples
exigencias: “Que sea cercano a la esposa para compartir todo: alegrías y
dolores, cansancios y esperanzas. Y que sea cercano a los hijos en su
crecimiento: cuando juegan y cuando tienen ocupaciones, cuando son
despreocupados y cuando están angustiados, cuando se expresan y cuando son
taciturnos, cuando se lanzan y cuando tienen miedo, cuando dan un paso
equivocado y cuando vuelven a encontrar el camino”.
Como tratando de resumir su pensamiento, añadía a continuación
una especie de consigna y una observación: “Padre presente siempre. Decir
presente no es lo mismo que decir controlador. Porque los padres demasiado
controladores anulan a los hijos, no los dejan crecer”.
Nuestra cultura ha dedicado hermosas canciones a la esperanza y
la paciencia de la madre. Y con toda razón. En este caso, el Papa Francisco ha
atribuido también al padre esas virtudes: “Un buen padre sabe esperar y sabe
perdonar desde el fondo del corazón… El padre que sabe corregir sin humillar es
el mismo que sabe proteger sin guardar nada para sí”.
Ya sabemos la importancia que una corriente psicológica ha
atribuido al momento de “la muerte del padre”. Con esa expresión se pretende
subrayar la necesidad de crecer y de desarrollar la autonomía personal. Sin
embargo, ese desprendimiento del modelo paternal no debería implicar olvido e
ingratitud por el bien recibido del padre.
Con razón decía Guillaume Apollinaire que “no se puede llevar
consigo a todas partes el cadáver del padre”. Crecer es recrear lo mejor que se
ha recibido. Cuando un hijo reconoce lo mucho y bueno que su padre le ha
transmitido y se lo agradece de corazón se está ganando el respeto y la
gratitud de sus propios hijos.
José-Román Flecha Andrés
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