Salmo 145

La mayoría de los institutos religiosos han surgido en la Iglesia para evangelizar con la palabra y con la vida a los más pobres y desheredados de nuestros hermanos. De este modo proclamamos la bienaventuranza sobre aquellos que no tienen nada que esperar de los príncipes de este mundo y cuya única posibilidad es la fuerza liberadora del Señor. Nuestro mensaje, hecho palabras y gesto existencial, anuncia que Dios hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, libera a los cautivos, abre los ojos al ciego, endereza a los que ya se doblan, ama a los justos, guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y la viuda, trastorna el camino de los malvados.
Por esto no podemos desvirtuar con nuestra conducta el mensaje que proclamamos: nuestra inserción en el mundo de los necesitados no es una moda del momento, sino una exigencia que brota de nuestro origen vocacional, de nuestras raíces carismáticas. En última instancia somos continuadores de la misión misma de Jesús, el Evangelista del Reino, el Profeta de la Alegre Noticia, que en su discurso programático de Nazaret anunció este mismo mensaje y proclamó con toda verdad: «Hoy, en vuestra presencia, se ha cumplido esta Escritura».

Ant. 3. Alabaré al Señor mientras viva.

Alaba, alma mía, al Señor:
alabaré al Señor mientras viva,
tañeré para mi Dios mientras exista.

No confiéis en los príncipes,
seres de polvo que no pueden salvar;
exhalan el espíritu y vuelven al polvo,
ese día perecen sus planes.

Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob,
el que espera en el Señor, su Dios,
que hizo el cielo y la tierra,
el mar y cuanto hay en él;

que mantiene su fidelidad perpetuamente,
que hace justicia a los oprimidos,


que da pan a los hambrientos.

El Señor liberta a los cautivos,
el Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos,

el Señor guarda a los peregrinos;
sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.

El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad.

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