
¿Cuántos leen este comentario? ¿Cuánta gente había en la celebración? ¿Cuántos se apuntaron al encuentro?… Soy consciente de que en mis círculos, la fe se cuantifica; la cuantificamos. ¡Qué alegría cuando son muchos los que participan, y que pena cuando son pocos! Con frecuencia es la única pregunta que se hace: ¿cuántos? y habitualmente es el anuncio que más hacemos: la cantidad de los que estuvieron. No solo eso: el éxito o el fracaso se mide por el número. Lo contable impera con el criterio de nuestro actuar y hasta de nuestro estado de ánimo.
Pero así no es el corazón de Dios.
“¡Hasta a una sola mujer!” exclama San Antonio María Claret cuando contempla a Cristo anunciando el evangelio y dice que no lo hacía solo a las multitudes, sino también a los grupos, e incluso a una sola persona, como en el caso de la samaritana.
El corazón de Cristo no palpita por el número; ni late más aprisa cuando son muchos, ni pierde pulso cuando son pocos. Su criterio no es lo contable.
Y yo debo ver eso como una auténtica tentación. El realizar una actividad o dejar de hacerla por ese solo criterio es realmente algo que me aleja del corazón de Dios.
En Dios, hay más alegría por uno que lo necesita, que por muchos que no le hace falta. No le da la alegría el número grande, sino la necesidad que puede remediar. El criterio es atender la necesidad que se padece, sean cuantos sean los que la padecen; uno solo que la sufra es suficiente para justificar la acción.
En vez de preguntar cuántos, aprender a preguntar si se pudo ayudar en algo. En el corazón de Dios está antes la dinámica de su reino.
¿Cómo puedo yo avanzar para tener el mismo palpitar de Jesús? ¿Cómo alegrarme por ese que ha encontrado el camino? Voy a empezar chequeando mi corazón a ver qué le hace palpitar, y voy a ponerle un marcapasos, para que vaya al son de Dios.
“¡Hasta a una sola mujer!” exclama San Antonio María Claret cuando contempla a Cristo anunciando el evangelio y dice que no lo hacía solo a las multitudes, sino también a los grupos, e incluso a una sola persona, como en el caso de la samaritana.
El corazón de Cristo no palpita por el número; ni late más aprisa cuando son muchos, ni pierde pulso cuando son pocos. Su criterio no es lo contable.
Y yo debo ver eso como una auténtica tentación. El realizar una actividad o dejar de hacerla por ese solo criterio es realmente algo que me aleja del corazón de Dios.
En Dios, hay más alegría por uno que lo necesita, que por muchos que no le hace falta. No le da la alegría el número grande, sino la necesidad que puede remediar. El criterio es atender la necesidad que se padece, sean cuantos sean los que la padecen; uno solo que la sufra es suficiente para justificar la acción.
En vez de preguntar cuántos, aprender a preguntar si se pudo ayudar en algo. En el corazón de Dios está antes la dinámica de su reino.
¿Cómo puedo yo avanzar para tener el mismo palpitar de Jesús? ¿Cómo alegrarme por ese que ha encontrado el camino? Voy a empezar chequeando mi corazón a ver qué le hace palpitar, y voy a ponerle un marcapasos, para que vaya al son de Dios.
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