PORQUE SÉ QUE ESTARÁS

EVANGELIO DE SAN LUCAS 21, 34-36

CON LO BIEN QUE SE VIVE SIN DIOS

A menudo escuchamos, o nosotros mismos pronunciamos discursos sobre la fe que afirman que necesitamos creer en Jesús para alcanzar la felicidad más plena. Sin embargo, dichas proclamaciones muchas veces chocan contra una realidad bien diferente. Por un lado la de aquellos cristianos que parecen vivir la vida con un carácter entristecido, agobiado y apesadumbrado. Y por otra la de muchos ateos y agnósticos que, lejos de dar la impresión de faltarles una pieza clave en su vida, parecen vivirla de una manera totalmente feliz, siendo además en muchos casos muy buenas personas.

Delante de esa realidad puede que nos hagamos la siguiente pregunta: «¿necesita la gente a Jesús?» o tal vez puede que sea mejor que vivan su vida felices sin él. Creo que dicha pregunta es en realidad una trampa, si nos quedamos tan solo en ella y no somos capaces de darle la vuelta. Es decir, tal vez la cuestión no sea tanto preguntarse si la gente necesita a Jesús, cuanto hacerme a mí mismo la pregunta: «¿necesito yo a Jesús?»

Y es que, muchas veces convertimos a Jesús y el Evangelio en una pesada carga en nuestra vida. En una especie de losa que nos aplasta, en un arma arrojadiza o en un producto que tenemos que vender si queremos evitar que la Iglesia desaparezca… Y sin embargo Jesús no pretende ser nada de eso. Él quiere ser nuestra felicidad, llenar nuestro corazón y movernos hacia actitudes que nos saquen de nosotros mismos y nos hagan constructores de su Reino. Él no pretende ser una carga ni una amargura, sino más bien aquel que nos ayuda a llevar nuestra carga y amargura.

Si no lo vivimos así, puede que nos estemos engañando, puesto que no estaremos viviendo desde la felicidad que él nos promete y puede que ni siquiera hayamos conocido al verdadero Jesús. Y ciertamente entonces no seremos capaces de contagiar alegría, sino más bien todo lo contrario. Pero si vivimos habiendo descubierto de verdad que Jesús llena nuestro corazón y que su proyecto merece la pena y hace vivir de la esperanza (incluso contra toda esperanza), entonces ciertamente contagiaremos un «algo más», una semilla que posiblemente germinará entre la gente de nuestro alrededor, cuando haya llegado su momento.

 

VIERNES 26 de noviembre 2021, " MIS PALABRAS NO PASARÁN"


 

EVANGELIO DE SAN LUCAS 21, 29-33

EL MÁS CARO DEL MUNDO


 

Seguramente reconozcas esta frase de un anuncio navideño de turrones. De pequeño me sorprendía: “¿y quién va a querer comprarlo?” Ahora en cambio no me cuesta imaginarme lo bien que queda aparecer en la mesa con ese turrón. Y es que lo caro atrae… entonces, ¿podemos escapar de subestimar lo barato?, ¿podemos llegar a valorar lo gratuito? Hagamos con estas líneas un viaje de lo caro a lo gratuito, de pagar lo debido a entregarlo todo con gratitud… Es curioso que el ejemplo de aquel turrón carísimo, que tenía la capacidad de provocar la distinción de sus privilegiados compradores, ha dejado de sorprenderme. Hace poco oí decir a un profesor universitario que si quieres que un curso de posgraduado sea valorado le has de poner un precio alto; así la gente se interesará por saber qué se ofrece que cuesta tanto… Parece que tenemos muy interiorizado que si algo merece la pena tiene que ser caro y difícil de conseguir.

Y ahora, pirueta al canto, me pregunto si esto podría ocurrir también en lo religioso. ¿Me han cobrado alguna vez por una misa en la que he sentido a Dios entre mis dedos?, ¿alguna vez me han puesto difícil el ser perdonado por Él?, ¿cuánto costaría un rato de oración que acaba con lágrimas de felicidad? Aunque contradiga todo lo que veo a diario me niego a asumir que por no cobrarme, esas experiencias no valen nada… Al contrario, siento que es lo más valioso que tengo.

Está claro que Dios se salta a la torera la lógica de lo que valen las cosas en nuestra sociedad. Él nos introduce en una lógica radicalmente distinta: la gratuidad. Y una experiencia de gratuidad cambia la vida. Recuerdo un tiempo en el noviciado en que me sentía muy débil y torpe… caía una y otra vez en lo mismo. Y siempre volvía a mi oración esa imagen del Padre corriendo a abrazar el regreso del hijo pródigo. Señor, ¿pero cómo vas a volver a recibirme con el mismo cariño? No puede ser. Tienes que pedirme cuentas para que espabile… Pero Él no lo hacía. Hasta que me llegué a desesperar y me enfadé: ¿Cómo amar a este Dios tan… tonto? Con el tiempo esa supuesta tontería de ofrecer día tras día el abrazo siempre nuevo, acabó por enraizar en mí una confianza inamovible en su Amor. Aquella experiencia cambió mi modo de relacionarme con Él porque experimenté por primera vez lo que quema la gratuidad. Sentir su Perdón y su Amor de forma tan incondicional desborda tanto que desde entonces la vida quiere volverse respuesta. ¿Por qué? Porque sí, por amor, pues nunca habré dado lo suficiente como para devolver lo recibido. Por eso el seguimiento nunca puede agotarse. Su Gratuidad y mi gratitud se convierten en un motor inagotable. 

Para calcular su valor, ¿cuánto podría costar un Amor así?

JUEVES 25 de noviembre 2021, "TENED ÁNIMO, SE ACERCA VUESTRA LIBERACIÓN"


 

EVANGELIO DE SAN LUCAS 21, 20-28

NO ES TUYO


 Dicen que nacer es uno de los momentos más estresantes de la vida humana. Que el bebé naciente no tenga el cerebro totalmente desarrollado hace que lo pueda sobrevivir. Probablemente, un adulto no podría asumir tal experiencia extrema de salir a la luz y respirar aire fresco.

Lo mismo ocurre con Dios. Sabe que no podemos con todo. Dios es discreto, nos da poco a poco para que podamos asumir tanto regalo. La misma vida es donada, nadie puede decidir nacer y existir con un determinado y único cuerpo. Para que Dios infinito no asuste a una criatura tan pequeña como nosotros, Dios se da escondidamente entre las cosas, las personas, todo lo que existe.

Por eso una tentación habitual es pensar que algo es nuestro. La vida, aunque cada uno la vive singularmente, no es de quien la vive. Las capacidades tampoco son del todo nuestras porque no hicimos nada para tenerlas. Ni la forma física, ni la inteligencia ni la belleza. Lo que tenemos, lo que vino dado, no podemos atribuírnoslo. Sin embargo, apropiarnos de cosas es muy humano. Pensamos que esos árboles que vemos son de uno y lo llamamos propiedad. Pero, en realidad, esos árboles y sus frutos están allí creados para que los disfrutemos cuantos más mejor.

Hay un término jurídico que se aproxima más a lo que es real: el usufructo. Es decir, el uso y disfrute de las personas, las cosas, todo lo creado. Pero la propiedad es de Dios. De Él salió todo y al volverá, en eso creemos los cristianos. Incluidos tiempo y espacio. Todo. Absolutamente todo. Y, entre sus propiedades, navega nuestra libertad para hacer que lo creado merezca la pena. Para aprovechar el regalo. La vida no es tuya. Lo que ves y tocas no es tuyo. Disfruta y aprovecha el regalo de tener más tiempo. Seguro que en eso consiste vivir una vida buena.

MUÉVEME, MI DIOS

EVANGELIO DE SAN LUCAS 20, 27-40

APAGADOS

Si no tuviéramos bastante con todo lo vivido en los últimos tiempos (pandemia, erupción volcánica, desabastecimiento de algunos recursos y materias primas…), ahora se nos echa encima otra amenaza: la de un apagón que provoque la pérdida de luz a nivel global. Fue Austria quien puso sobre la mesa el tema hablando de él como de «un riesgo realista y al mismo tiempo subestimado», y ahí andan haciendo simulacros e invitando a la ciudadanía a hacer acopio de velas, mantas y alimentos enlatados no perecederos.

Si el apagón se produjera, el colapso eléctrico tendría unas dimensiones considerables. A ver, hagamos memoria de todo lo que manejamos en nuestro día a día y revisemos cuánto de todo eso precisa de electricidad. Y no olvidemos el papel básico de la electricidad en hospitales, bancos, escuelas, oficinas de cualquier tipo, bares, restaurantes… En fin, que cuando te pones a pensar, nos damos cuenta de que nuestro estilo de vida es «eléctrico-dependiente». Ahora es cuando toca decir que debemos cambiar nuestro estilo de vida. Y sí, es cierto, pero, ¿alguien sabría cómo? Y, lo que es más importante, ¿a qué renuncias estamos dispuestos para que ese estilo sea posible? Hay ya muchos nativos tecnológicos que no han conocido otra vida. ¿Cómo enseñársela? ¿Cómo aprender a vivir sin esas «necesidades» que se nos han creado con las tecnologías? No es tan fácil aprender a vivir de otra manera cuando estamos acostumbrados a darle a un botón y que algo funcione. De verdad, pensémoslo en serio. ¿Sabríamos empezar un nuevo estilo de vida más sostenible, menos agresivo y dependiente de las fuentes de energía? ¿Y por dónde empezar? Porque, sí, el discurso de «no podemos seguir así» todos (yo me incluyo) nos lo creemos y lo recitamos convencidos, pero inmediatamente después seguimos con el móvil, el ordenador, la tele y no sé cuántos aparatos eléctricos más.

Evidentemente, volver a formas de vida propias de tiempos pasados es absurdo. El progreso nos ha traído hasta aquí, y no ha estado mal si eso ha supuesto vivir mejor. Lo que no es bueno es este progreso agresivo y selectivo que deja a tantos por el camino. O progresamos juntos, o entonces no es progreso lo que vivimos. Es extinción.

Por ello, este cambio que parece que los acontecimientos piden que hagamos pasa por un re-aprendizaje serio y sistematizado. Dejemos ya los eslóganes, las protestas y los discursos bellos. Es preciso diseñar seriamente, pautadamente y con conciencia nuevas formas de vida sostenibles que los gobiernos implementen, que las escuelas puedan enseñar, que se vayan publicitando en los medios de comunicación, que se implanten en la ciudadanía poco a poco. Se ha demostrado que, cuando ha sido necesario, lo hemos hecho (recordemos todo lo que hemos tenido que modificar en nuestros hábitos con todo esto del Covid).

Y nuevamente esto para pasa por el consenso, por el diálogo, por la conciencia de que somos muchas naciones, pero un solo planeta. Uno que no crece, que no multiplica sus recursos, que no se duplicará para que podamos seguir como estamos. Y también pasa por que yo, tú, él…estemos convencidos de que ya toca, sí, ya toca cuidar, velar, actuar sin esperar que sean los de arriba los que empiecen. O eso, o nos iremos apagando poquito a poco.

 

VIERNES 19 de noviembre 2021, "ESCUCHO Y ACAJO SU PALABRA"



 



 

EVANGELIO DE SAN LUCAS 19, 45-48

¿APAGÓN? QUE NO PARE LA MÚSICA

Apagón, sí, pero ya hecho realidad. Y tampoco hay apenas agua, menos aún de la potable. Todo el doble o el triple más caro. La conexión del móvil o wifi funcionan solo unas horas al día. Y todo esto, porque no hay gasolina. Bueno, haberla… la hay. Solo que, una banda armada (de las tantas que tenemos por aquí) ha decidido que no se suministre hasta que en el país se haga lo que ellos quieren.

No, no hablo de Europa, como habrás imaginado. Aunque allí se esté amenazando con el apagón y la falta de suministros. Lo que aquí en Haití, pasa, es ya verdad desde hace varias semanas. Y cuando oscurece, a las seis de la tarde, todo queda en una negrura estremecedora. Sin embargo, sigue la música.

He de reconocer que un poco, eso me molesta. No hay luz para los hospitales, para las plantas potabilizadoras, para el banco. No hay gasolina en ninguna parte… y mantienen encendidos unos altavoces alimentados por un motor largas horas en la noche.

Sin embargo es lo que, desde mi punto de vista, les define. Cuando hay «apagón», cuando la situación se pone más y más difícil, los haitianos se mantienen bailando con la vida. No se resignan. Si hay que hacer dos y tres horas de camino hasta llegar al colegio, o al mercado, se hace, aunque no hayan comido en todo el día, y sea cuesta arriba y bajo el sol. La dificultad puede ser grande, pero mayor es su voluntad.

No sé cómo llevarás tú los imprevistos, las dificultades, los «apagones» que la vida trae. Pero a mí me ayuda mucho ver a esta gente empeñada en mantener pequeñas luces en mitad de la incertidumbre que la noche nos trae.

Quizás nos ayude, a ti y a mí, aprender un poco de ellos, y seguir bailando a la luz de la Fe. Sobre todo cuando haya apagón, y no podamos ver…

 

JUEVES 18 de noviembre 2021, "JERUSALÉN NO ESCUCHA EL MENSAJE DE JESÚS


 

EVANGELIO DE SAN MATEO 14, 22-33

MUJERES EN EL VATICANO

El otro día me topé con el siguiente titular: «El papa Francisco nombra por primera vez a una mujer 'número dos' del Vaticano». Desplegué la noticia y me encontré que esta mujer de 52 años a la que se refiere ostentará el cargo de secretaria general de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano. Seguí leyendo el artículo y descubrí otras mujeres en el Vaticano: seis laicas en el Consejo de Economía; y dos Premios Nobel de Ciencias (una de Química y la otra de Física) para la Pontificia Academia de las Ciencias, cuya vicecoordinación también ostenta una mujer. ¡Qué alegría me entró! Y eso que sé que son muy pocas, que aún queda camino, y que existe el temor de que estos pequeños pasos puedan pararse algún día, o incluso retroceder. Pero un brote verde de esperanza se sembró en mí. «Vamos recuperando el sitio», pensé. Sí, recuperando. Porque creo, en lo más profundo de mi corazón, que así también lo quiso el Señor siempre. No sé, quizás estoy siendo muy arriesgada; quizás me esté extralimitando o estoy siendo muy atrevida. Pero…

¿…Acaso no había mujeres en el grupo de discípulos de Jesús? Mujeres que, como María Magdalena, le asistían y cuidaban, a él y al resto. Y que fueron testigos de cada predicación, cada milagro, cada gesto y conversación de Jesús, sintiendo en sus corazones que algo les ardía; deseando, probablemente, salir a todas partes a anunciar aquella buena noticia que ellas descubrían en la intimidad de la amistad.
¿Acaso no fue por María, por su 'sí' entregado y sencillo, por quien llegó Jesús al mundo? Dios buscó una mujer para que le ayudara a hacer realidad su sueño: habitar entre nosotros, descubrirnos la maravilla de su amor y las posibilidades de nuestra humanidad. Una mujer fue la elegida.
¿Y no quedaron al pie de la cruz mujeres? Mujeres que decidieron desoír el miedo de aquel momento y plantarse allí abajo, a acompañar al Señor hasta su último aliento.
¿Y no fue una mujer la primera en ver a Jesús resucitado?
Pienso en tantas mujeres de la Biblia: en Débora y sus profecías; en Ana, la madre de Samuel, que tanto ansiaba tener un hijo; en la viuda que ayudó al profeta Elías; en Rut y su fidelidad hacia su suegra Noemí; en Sara y su risa incrédula ante la promesa de un hijo; en Marta y María, y sus distintas maneras de estar junto al Señor; en Prócula, la mujer de Pilato, que intuyó quizás lo que no supo (o no se atrevió) a ver su marido… Tantas mujeres que tanto me recuerdan a muchas mujeres de hoy en día, cercanas y lejanas, todas tan familiares para mí.
Cuando recuerdo el Génesis, y su forma de contar «el comienzo de todo» a través del precioso relato de la creación, vuelvo a encontrarme con un Dios que cree culminada su obra con la creación del ser humano. «Hombre y mujer los creó». Y a ambos les encomendó la misma misión: «Creced, multiplicaos... poblad la Tierra». A ambos.
Sí, queda camino. Habrá que andarlo. Con fe, con perseverancia, con un diálogo constructivo y no colmado de reproches. Con firmeza, y con ternura. La misma con la que María acunaría cada noche a su niño Jesús.

 

CÚRAME

EVANGELIO DE SAN LUCAS 18, 1-8

LOS INCOHERENTES

Hace unos días se volvió noticia y carne de titulares una contradicción flagrante entre los asistentes a la cumbre del clima de Glasgow: la cantidad de ellos que llegaron en aviones privados, con la carga contaminante que tienen. Seguro que hay en el escándalo mucho de amarillista, y es posible que cuando leas esto, la actualidad haya desplazado ya esa polémica, que es de consumo rápido. Después de todo, son jefes de Estado, viajan así, probablemente entre los altos mandatarios no se estila lo de «compartimos jet»... Seguro que hay quien dice que protestar por esto es lo del chocolate del loro (recortes insignificantes cuando hacen falta medidas radicales). Y quien, en el otro extremo, pone el grito en el cielo y poco menos que atribuye a esos viajes en avión un grado extra en el calentamiento global de la atmósfera. Ni tanto ni tan poco.

En todo caso, ¿por qué es significativa la contradicción, ya no solo como gesto de cara a la galería, sino también por lo que nos permite comprender? Porque refleja una de las caras más complejas del problema del cuidado de la casa común. Y es que, junto a las grandes medidas relacionadas con la industria y la explotación del medio ambiente, tienen mucha importancia las decisiones y pautas de consumo individuales. Una decisión individual no supone diferencia. Cientos de millones de decisiones sostenidas en el tiempo, convertidas en hábitos, tal vez empiecen a ayudar. Pero no terminamos de creer que sea posible el paso de unos pocos concienciados a esos millones de ciudadanos comprometidos. Llaman la atención –pero no suscitan imitación– las personas que hacen cruzada de determinadas formas de consumo: no producir residuos, no usar plásticos, resistir al excesivo embalaje de los productos, control de gasto energético, etc. Al final seguimos sin creer que esto sirva para algo. O sin creer que sea posible vivir de ese modo en las condiciones de la vida moderna.

Por una parte, están los negacionistas climáticos, que o bien niegan el cambio, o niegan que este dependa de la actividad humana, pese a la multiplicación de informes y datos que apuntan en esa dirección.

Por otra, están quienes, sin negarlo, señalan que hay otros problemas más urgentes como para perder el tiempo en veleidades ecológicas. Ahí hay una falacia, porque no son incompatibles ambas luchas: la medioambiental y la social (de hecho, Laudato Si´, la encíclica de Francisco, pone el dedo en esa llaga al señalar la vinculación entre los males de la casa común y la pobreza).

Por último, estamos muchos que somos, sencillamente, incoherentes. El episodio de los aviones en Glasgow es un espejo en que mirarse. Porque es fácil señalar a esos líderes globales como contaminadores globales, y protestar por su insensibilidad. Pero probablemente muchos de nosotros actuamos exactamente igual (sin avión privado, porque no da la renta para ello). Actuamos igual con nuestros hábitos de consumo, transporte, alimentación, gasto energético, sensibilidad, conservación...

Los gritos de alerta, las preocupaciones, los escenarios apocalípticos, las distopías, cada vez están más presentes. Y cada vez más nos vamos encontrando con que la realidad empieza a parecerse a alguno de esos escenarios. Pero no terminamos de tomarlo en serio, saber qué hacer, o de creerlo posible. Y por eso, seguirá habiendo aviones privados para llegar a las cumbres del clima.

 

ALGUIEN TE ESPERA

Durante el inicio de curso es curioso cómo nos bombardean en la televisión con anuncios sobre coleccionables de todo tipo –mecheros, películas de Cantinflas, libros sobre guerras, etc–. Hay colecciones de muchos tipos y para todos los gustos. El mensaje que nos venden es que siempre hay uno esperándote para que le dediques tus sueños y tu tiempo.

No tan anunciados como estos productos, hay también personas, ONGs, asociaciones, parroquias –y otras muchas entidades y particulares–intentando ofrecer lo que tienen: construir un mundo más justo, más sostenible, más humano; hacer más fácil y mejor la vida a los demás. Y es que, a medida que te acercas a este mundo del voluntariado, sientes la necesidad de seguir ofreciendo lo poco que tienes de manera desinteresada. Lo que haces –que para ti puede ser muy sencillo–, puede que para otros no tenga precio. Te puedes sentir realizado ofreciendo tu vida a otros durante un rato a la semana. Te puedes sentir conmovido por historias que, aunque parezcan lejanas, las haces tuyas y te remueven por dentro. Ofrecer la mano a los que por algún motivo no han tenido la suerte, o los cromosomas, o la familia, o la educación que hemos podido tener otros, ayuda a crecer. Nos ayuda a ver que no estamos solos. Nos ayuda a ser sencillos, a mirar a los demás por igual; a luchar por los sueños compartidos; a ser pacientes y comprensivos; a no tirar la toalla a la primera de cambio y a ser generosos con lo que podamos dar. Tal vez los voluntarios no salgan en la televisión, ni se les diferencie por la calle. Cada uno tiene sus gustos y manías. Quizá lo único por lo que se les pueda identificar es, en definitiva, por la alegría profunda que provoca el saber que lo realizado es por y para otros.

No hace falta irse muy lejos para acercarse a este mundo. En tu día a día hay muchas posibilidades de gastar un poco de tu tiempo para que muchos otros lo ganen: clases a niños, cooperar en el Sur, pasar el fin de semana con jóvenes, una partida de cartas con abuelillos, ayudar en comedores sociales, una pachanga de fútbol con personas con discapacidad, acariciar a enfermos, enseñar español a inmigrantes, acercarse a esa persona que duerme en la calle, preocuparse por el medio ambiente, acompañar a personas privadas de libertad, acoger y adoptar a niños... y otras muchas otras ideas que a ti se te ocurran. Porque, como ves, en el mundo del voluntariado siempre habrá Uno esperándote, para que le dediques tus Sueños y tu Tiempo.

 

JUEVES 11de noviembre 2021, "NECESITO, SEÑOR, TU PRESENCIA Y CERCANÍA"


 

EVANGELIO DE SAN LUCAS 17, 20-25

«MANSEDUMBRE, PACIENCIA, ORACIÓN Y CERCANÍA"

«Caminar según el Espíritu Santo». Éste ha sido el tema sobre el que el Papa Francisco ha centrado su catequesis de hoy, una catequesis en la que el Pontífice ha continuado con las enseñanzas del apóstol San Pablo a los Gálatas y en la que ha asegurado que «caminar según el Espíritu no es solo una acción individual, sino que afecta a la comunidad en su conjunto», algo para lo que se necesita «mansedumbre, paciencia, oración y cercanía».

El Pontífice ha indicado que «recorriendo este camino, el cristiano adquiere una visión positiva de la vida. Esto no significa que el mal presente en el mundo haya desaparecido, o que hayan desaparecido los impulsos negativos del egoísmo y el orgullo; más bien quiere decir que creer en Dios es siempre más fuerte que nuestras resistencias y más grande que nuestros pecados».

Por ello, Francisco ha explicado que «la regla suprema de la corrección fraterna es el amor: querer el bien de nuestros hermanos y de nuestras hermanas. Se trata de tolerar los problemas de los otros, los defectos de los otros en silencio en la oración, para después encontrar el camino adecuado para ayudarlo a corregirse. Y esto no es fácil. El camino más fácil es el del chismorreo. Despellejar al otro como si yo fuera perfecto. Y esto no se debe hacer»

En este sentido, Francisco ha insistido en que «las “apetencias de la carne” es decir las envidias, los prejuicios, las hipocresías, los rencores, se siguen sintiendo, y recurrir a una rigidez preceptiva puede ser una tentación fácil, pero al hacerlo uno se saldría del camino de la libertad». «Cuando tenemos la tentación de juzgar mal a los otros, como sucede a menudo, debemos sobre todo reflexionar sobre nuestra fragilidad. ¡Qué fácil es criticar a los otros!» y ha invitado a los fieles a preguntarse «qué nos impulsa a corregir a un hermano o a una hermana, y si no somos de alguna manera corresponsables de su error».

Por todo ello, ha recordado que «el Espíritu Santo, además de donarnos la mansedumbre, nos invita a la solidaridad, a llevar los pesos de los otros. ¡Cuántos pesos están presentes en la vida de una persona: la enfermedad, la falta de trabajo, la soledad, el dolor…! ¡Y cuántas otras pruebas que requieren la cercanía y el amor de los hermanos!», ha concluido.

Papa Francisco-Ecclesia


 

SÁBADO, 6 de noviembre de 2021, LA MISERICORDIA CAMBIA EL MUNDO"


 

EVANGELIO DE SAN LUCAS 16, 9-15

“DIOS PERDONA SIEMPRE, LOS HOMBRES A VECES Y LA NATURALEZA NUNCA"


La naturaleza no pregunta, sólo ocurre.

Y ocurre de una manera que sobrepasa nuestras capacidades, reduciendo al ser humano a mero espectador de los acontecimientos. Quizá, sólo quizá, no seamos el centro del universo.

Enfrascados en nuestros problemas diarios, en nuestros propios y egocéntricos problemas, transcurrimos por el mundo como burros con orejeras, incapaces de mirar más allá de donde tenemos marcado por nuestro ombliguismo. Y pasamos de puntillas por todo lo que rodea nuestro ser celestial, divino. Y lo convertimos en mera comparsa de nuestros propios intereses espúreos. Hasta que, sin preguntar, la naturaleza ocurre.

Y ocurre sin que podamos hacer nada al respecto. Más que esperar. Más que dejarnos fascinar (y sobrecoger) por la fuerza con la que se hace presente. Lenta. Constante. Destructora. Como si quisiera dar un golpe en la mesa y reivindicarse. “¡Aquí estoy yo!”, parece decir la Tierra. Y nos empequeñece, nos vuelve insignificantes, incapaces, inútiles.

Y es ahí, justo en ese momento, cuando nos damos cuenta de que somos seres minúsculos. Que no somos dioses. Que somos finitos y limitados. Y asistimos como meros espectadores al espectáculo natural, asistiendo a la paradoja de sentir horror, miedo y fascinación al mismo tiempo, de admirar la belleza de la destrucción hasta el punto de quedarnos absortos ante imágenes cuasi apocalípticas. Porque no se puede parar, no se puede frenar. Tan sólo queda esperar.

“Dios perdona siempre, los hombres a veces y la naturaleza nunca”. Este dicho castellano se escuchó en 2014, en un encuentro entre el Papa Francisco y el entonces presidente de Francia, François Hollande. “Cuando se desencadena esta destrucción de la naturaleza es muy difícil detenerla”, explicaba el Santo Padre. Entonces, ¿cuál debe ser nuestra relación con la naturaleza, para que ésta sea clemente? El respeto y el cuidado deben ser la máxima que rija siempre cualquier interacción humana con la biodiversidad que se nos ha dado.

“No somos Dios. La Tierra nos precede y nos ha sido dada”, nos recuerda el Pontífice también en Laudato si. No somos Dios. No somos dioses. Entonces no actuemos como tal. Sepamos reconocer nuestra limitación creadora. Bajémonos de nuestro pedestal. Y contemplemos todo aquello que nos rodea no como aquello que está para servirnos, sino como aquello que, igual que nos cobija, puede también arrebatarnos lo más preciado.

Porque, por mucho que nos empeñemos en frenar la lava con una manguera, la naturaleza seguirá ocurriendo.

Ecclesia. Auxi Rueda



 

VIERNES, 5 de noviembre de 2021, "BUSCA EL REINO DE DIOS Y SU JUSTICIA"




 

EVANGELIO DE SAN LUCAS 16, 1-8

EL TIEMPO DE OTOÑO

En el hemisferio norte, en otoño, las noches se vuelven más largas y la temperatura comienza a bajar. En esta temporada, la savia de los árboles se retira de las hojas y ramas para volver hacia las raíces; los árboles se desnudan, se desprenden de sus hojas. La tierra queda silenciosa, vacía, a la espera…

Este tiempo nos invita a soltar, a dejar ir todo aquello que ya no es esencial en la vida, y que nos impide seguir caminando en alegría y libertad.

El tiempo de otoño nos invita al silencio, a mirar hacia el interior, volvernos hacia las raíces que sustentan la vida, reflexionar y descubrir las motivaciones que mueven nuestro actuar. ¿Quién soy? ¿Qué busco? ¿Hacia dónde camino? ¿Con quién camino?

No estamos huecos por dentro. El Padre, el Hijo, el Espíritu Santo nos habitan, nos rodean, nos constituyen. ¿Soy consciente de esta Presencia?

El otoño es tiempo de conclusión y de inicio a la vez, de algo realizado y a la vez de esperanza, porque nada perece. La tierra permanece a la espera de que las nuevas semillas sembradas en sus entrañas den fruto en primavera. El otoño tiene un sabor maduro, de algo realizado, de algo que concluye y se va. Es el tiempo de la recolección de las últimas cosechas, de saborear los frutos, de agradecer tantos dones.

Este tiempo de otoño favorece dos actitudes: Soltar todo lo que no se necesita para caminar ligeros de equipaje y agradecer todo lo que recibimos día tras día.

Oración del otoño

Dios de las cuatro estaciones
que marcan el ritmo de la vida
de la tierra y del universo.
Dios de las hojas de infinitos colores.

Dios de nuestros otoños
que cantan la belleza
de los hermosos paisajes
antes del inevitable despojo del mañana.
Haznos participar del movimiento de la gracia
en nosotros y de la variedad de tus dones.

Danos palabras para poder celebrar
en esta temporada la generosidad y la tristeza,
la dulzura y la violencia,
la abundancia y el desapego.

Enséñanos la vida interior y sus misterios.
Sostennos en la espera de la única estación
cuando nos reuniremos con tu Hijo
para la cosecha final de siglos.

(De la Revista Prier)