MÚSICA CURATIVA PARA EL CORAZÓN

EVANGELIO DE SAN LUCAS 14, 1.7-11

LA TENTACIÓN DE ACELERAR

No sé si te ha pasado, pero a mí sí. Hay momentos en la vida en que quisieras tocar y presionar el botón de avance rápido 'FF' (fast forward button), hay tiempos en los que cuesta más la vida; esos instantes en que la lentitud de lo ordinario se parece a una pesada losa que inevitablemente hay que cargar. Esta tentación de presionar el botón de avance rápido puede sucedernos, generalmente, cuando la incertidumbre del porvenir carcome nuestras entrañas, cuando nuestros deseos de saber se imponen ante cualquier resabio de desconocimiento. Queremos que toda la vida nos quepa en un plan estratégico, acotado, medido y bien estructurado. El Descartes que llevamos dentro parece exigirnos a toda costa claridad y distinción, entendimiento y comprensión. Pero cuando esto no sucede, porque la vida misma tiene sus grandes dosis de sorpresas, nos invade una sensación de inseguridad, de miedos, de fantasmas, de titubeos y, a veces, de una completa parálisis que nos impide seguir adelante o, al contrario, un impulso que acelera nuestro ritmo y entonces pasamos atropellando a otros.

Caminando con los pueblos indígenas, como jesuita, he aprendido a base de grandes esfuerzos y duras frustraciones, que el tiempo no necesariamente tiene que ser lineal, sino que también puede ser circular. No somos del tiempo, el tiempo es nuestro. Decir que «no tenemos tiempo» es una mentira, porque el tiempo, cuando de veras hay interés, lo hacemos nosotros. No todo tiene que ser pragmático o utilitario, también existen la donación y la gratuidad. No solo es importante lo individual, sino también, y con mayor énfasis, lo comunitario. La tentación de acelerar la vida me invade por el miedo que tengo a sentir mi existencia en todas sus formas, estados de ánimo, colores, matices, texturas, sonidos, silencios, presencias y ausencias; pero nadie nos puede ahorrar caminos, hay que andar todas las sendas y sentir los vientos de cada momento: la frescura de la mañana, el fatigoso calor del mediodía, la suave brisa del atardecer, la callada oscuridad de la noche y todos los tiempos muertos donde nada brilla, donde nada sucede, donde la lentitud de la vida nos abruma y donde la calmada espera nos desespera.

Una expresión popular dice que «el que espera, desespera» pero esa desesperación nace de la falta de una auténtica esperanza. Como cristianos, sabemos de sobra que «la esperanza no defrauda porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones» (Rom 5, 5). Cuando perdemos de vista que la esperanza cristiana es un don que nos hace capaces de superar con paciencia toda resistencia, toda adversidad y toda impaciencia, es cuando quedamos atrapados en nuestro propio laberinto de frustración y turbación. Ya lo diría santa Teresa de Jesús quien, por cierto, no era muy paciente que digamos: «la paciencia todo lo alcanza». Pero ¿cuándo lo alcanza? No lo sabremos antes, sino después de esperar y trabajar. Ante mi impaciencia, un buen amigo jesuita me daba un consejo que quizá te pueda ayudar a ti: «Tranquilo, esperar es muy educativo porque va ayudando a que los grandes ideales se asienten y encuentren un lugar sereno desde donde puedan vivirse para que podamos mantener nuestros propósitos y no caer derrumbados al primer tropezón». Recuerda, no desesperes, porque es cierto que «la esperanza no defrauda».

 

JUEVES 27 de octubre de 2022. "TÚ ME DAS. SEÑOR, PROTECCIÓN Y VALOR"


 

EVANGELIO DE SAN LUCAS 13,31-35

POR EL QUE TIENES DELANTE

Hoy en día, ningún gesto pasa desapercibido bajo la atenta mirada de cinco mil millones de espectadores –aproximadamente el número de gente que utiliza internet–, en demasiadas ocasiones acompañados de un juicio perverso, dicho sea de paso. Sin querer caer en la trampa de prejuzgar los gestos ajenos, siento que de vez en cuando los cristianos debemos hacernos la siguiente pregunta: ¿Qué transmiten mis gestos? ¿Cómo trato yo al que tengo delante? ¿Cómo reacciono cuando me pueden el cansancio, la pena o la dificultad? En esos momentos donde es complicado mantener la compostura o nos cuesta tratar al otro como realmente merece.

Podría parecer que los cristianos estamos llamados al estoicismo, a esa capacidad de controlar nuestras emociones y sentimientos ante la adversidad; pero nuestra llamada, aunque termina con el mismo resultado, tiene un motor y un destinatario distinto. Un motor que nos empuja a una alegría profunda que nos ha de caracterizar. Una alegría que no se ha de confundir con euforia ni «buen rollo», sino una alegría paciente, atenta y compasiva. Que va más allá del poder simbólico de los gestos.

Un destinatario que no es más que el otro. El estoico controla su carácter porque sabe que eso le hará vivir en paz; pero nuestra invitación no nos pone a nosotros en el centro, sino que pone al otro en el centro. Un poner al otro en el centro que se mantiene firme incluso en nuestra debilidad. Y no porque busquemos autocontrol, si no porque Cristo nos lo enseñó primero. Ser capaz de consolar desde la cruz nos habla de una invitación radical a cuidar también los gestos hacia el otro.

Ya sabemos cuál es la respuesta de Jesús si le preguntamos cómo son nuestros gestos «Os aseguro que lo que no hicisteis a uno de estos más pequeños no me lo hicisteis a mí.» (Mt 25, 45). Nuestra 'audiencia' es más grande que todo el jurado que utiliza internet, y por suerte no nos juzga. Aun así, debemos seguir preguntándonos: y mis gestos, ¿cómo son?

 

SÉ MI PASTOR

EVANGELIO DE SAN MATEO 11, 25-30

Y CUANDO AL FIN VOLVAMOS A ABRAZARNOS

Y cuando al fin volvamos a abrazarnos
propongo, hermanos, no volver los unos
a los otros ni con los mismos ojos
ni con los mismos brazos.

Tras la riada vuelve el río al cauce,
a ser el mismo río, sin memoria
de los ahogados y su cuerpo roto.
Y después del incendio vuelve el bosque
a ser el mismo bosque, sin recuerdo
del llanto de los árboles quemados
ni reconocimiento del mantillo
que desde el dolor nutre las raíces.

Pero tú y yo tenemos almas, mentes.

El hombre que regresa del desierto
jamás vuelve a mirar un vaso de agua
del mismo modo; quien vivió la hambruna
nunca más sostendrá de igual manera
un puñado de trigo entre sus dedos.

Cuando por fin podamos abrazarnos
no volvamos los unos a los otros
con la misma mirada, el mismo verbo,
el mismo corazón, los mismos brazos.

Al volver a abrazarnos, la mañana
plena de besos, lágrimas, caricias,
que sean nuestros brazos brazos nuevos,
más sabios, más clementes, más humanos.

Gonzalo Sánchez-Terán

Y cuando al fin volvamos a abrazarnos
propongo, hermanos, no volver los unos
a los otros ni con los mismos ojos
ni con los mismos brazos.

Tras la riada vuelve el río al cauce,
a ser el mismo río, sin memoria
de los ahogados y su cuerpo roto.
Y después del incendio vuelve el bosque
a ser el mismo bosque, sin recuerdo
del llanto de los árboles quemados
ni reconocimiento del mantillo
que desde el dolor nutre las raíces.

Pero tú y yo tenemos almas, mentes.

El hombre que regresa del desierto
jamás vuelve a mirar un vaso de agua
del mismo modo; quien vivió la hambruna
nunca más sostendrá de igual manera
un puñado de trigo entre sus dedos.

Cuando por fin podamos abrazarnos
no volvamos los unos a los otros
con la misma mirada, el mismo verbo,
el mismo corazón, los mismos brazos.

Al volver a abrazarnos, la mañana
plena de besos, lágrimas, caricias,
que sean nuestros brazos brazos nuevos,
más sabios, más clementes, más humanos.

Gonzalo Sánchez-Terán

 

VIERNES 14 de octubre 2022, "TÚ NOS CONOCES SEÑOR"


 

EVANGELIO DE SAN LUCAS 12, 1-7

SE ME CAYÓ UN ÍDOLO

María Sakkari, es hoy la numero tres del mundo del tenis femenino. Su estilo de juego, golpes potentes y temperamento explosivo, ha colmado mi atención. Caigo en cuenta de que quizá muchas de nuestras afinidades hacia deportistas radican en la búsqueda de similitudes con nuestras vidas y los variopintos procederes.

Durante todo el año la he seguido en sus respectivos torneos. En mis Ejercicios Espirituales de ocho días, coincidía con el torneo de Wimbledon, en algún momento pensaba: ¿Cómo le estará yendo? así fui pensando en muchas de las figuras deportivas que he seguido a lo largo de mi vida, unos ya retirados otros en los puntos más altos de sus carreras; todas esas personalidades han marcado mi historia pues me han hablado de un tipo de éxito y de lo necesario para alcanzarlo.

Dentro de ese marco, y sabiendo que Dios se vale de mucho y de muchos para conectarnos, en aquel ejercicio de reminiscencia espiritual –si vale el calificativo– llegó a mi mente aquella expresión popular: «se me cayó un ídolo», en referencia, a la decepción generada por alguien en quien se ha puesto mucha confianza. Me cuestionó, como el empleo de esta frase siempre está dirigida al otro, y que resulta muy difícil asumirla para uno mismo.

El devenir de los Ejercicios Espirituales y sus consiguientes derroteros llevan a ahondar en aquel ídolo que se va a forjando en nuestro interior dinamizado en muchas ocasiones por el ego cuya clave de los Ejercicios invitará a ordenar, implicando tal proceder un rehacernos y una resignificación del cómo vamos cotidianamente. Ese ejercicio de «romper nuestro ídolo» implica una fe profunda y un abrazo a nuestra humanidad.

Sobre ese abrazar a nuestra humanidad, volviendo a Sakkari, hace unas semanas nuevamente acaparaba mi atención no era un triunfo. Ella se sinceraba con los medios de comunicación antes de empezar a competir en el WTA 1000 Toronto señalando: «no estar disfrutando ser una de las mejores jugadoras del mundo» a lo que añadía: «fue algo muy difícil de admitir y muy difícil de manejar. Pero es la verdad. Es la realidad.» Escucharla me hizo conectar una vez más con la joven griega. Ya no era un tópico sobre sus actuaciones dentro de la cancha, sino fuera de ella. Era experimentar que estas figuras deportivas nos hablan más allá de un partido. Existe una humanidad compartida que devela la necesidad de romper aquellos ídolos interiores que nos permitan ser más para servir mejor en los distintos flancos de nuestra vida.