NO TENEMOS TIEMPO, SOMOS TIEMPO
Y la pregunta que me surge es ¿desde cuándo el hombre ha tenido el tiempo en sus manos? ¿Desde cuándo somos capaces de manejar el tiempo? El tiempo no lo tenemos, es lo que somos, pues cuando no somos, ya no hay tiempo que valga pues estaremos en el infinito. Nuestro ser habrá dejado de ser para pasar al infinito. Nuestro ser finito deja el tiempo para pasar a lo eterno.
Somos tiempo y, creo que por muchos avances tecnológicos y de pensamiento que se produzcan en la historia, eso no cambiará. Es lo más valioso de nosotros. Es el mayor regalo que nos podemos hacer unos a otros: nuestro tiempo. Solemos regalarnos en fechas importantes, en momentos bonitos o para arreglar mal entendidos objetos que compramos en tiendas. Pero ¿no será mejor regalo una hora de nuestra vida con el otro? ¿No es sino el encuentro con un amigo el mejor regalo? ¿No sucede que el tiempo con otro es luz en la noche?
Nos cuesta más organizarnos la semana dejando horas libres para pasarlo con lo demás, que llenar la agenda de mil y una tareas que pueden ser muy importantes, pero que nos gastan por dentro. Organizamos encuentros semanales, encuentros mensuales, o trimestrales e incluso anuales con familiares y amigos porque nos parecen importantes, pero en nuestra vida cotidiana nos cuesta sentarnos junto a otro y escuchar. Porque esa es otra, si nos juntamos para vernos nos gusta más hablar y que se nos oiga, que escuchar y esperar. Cuando Jesucristo nos dijo que cuando dos o más se reúnen en su nombre él está en medio de nosotros, ¿no sería una llamada a vivir desde los encuentros con los otros? Cuando nos dijo que al rezar entrásemos en nuestro cuarto, ¿no sería para que en ese encuentro no nos distrajésemos con otras «cosas importantes»? Gastemos la vida en ese encuentro sagrado que es tu amigo, que es tu familia, que es tu compañero de enfrente, que es el Otro.
HAZ LO QUE TE SALGA DEL CORAZÓN
Hace años se solía escuchar esta frase en las series de adolescentes, en las películas de sábado por la tarde y en las novelas románticas de bolsillo. No obstante, como una extraña pandemia se ha extendido y lo oímos cada vez más, convirtiéndose no solo en un recurso cultural barato, sino que surge en el mismo momento en el que alguien no sabe qué consejo darte y se le ocurre soltar una frase bonita al mismo tiempo.
Y más allá de que nuestras fuentes audiovisuales nos digan siempre lo mismo o de la sabiduría de nuestros confidentes hay una certeza clara: el mundo ha puesto casi todo el peso en las emociones. Por eso oímos hablar de empatía, de salud emocional, de pensar en uno mismo, de cuidarte tú primero, de mindfulness, de ansiedad y así un largo etcétera… y cada vez menos de verdad, de conciencia, de decidir en frío, de sacrificarte, de argumentar y de pensar en el otro.
Si repasamos la tradición bíblica el corazón aparece y tiene un peso especial. Es sabio hacer lo que te salga del corazón. Sin embargo, en el concepto de corazón que manejamos los judíos y los cristianos convergen a la vez los afectos y sentimientos y la verdad y el pensamiento. Pasión y razón, emociones y argumentos. Deseo y sentido. Es ahí donde nos lo jugamos. No en ser afectivo o en ser racional, sino en saberlos combinar para aprender a decidir y a movernos por la vida. Hacer lo que te salga del corazón, sí, pero no vale cualquier cosa.
NO TENGÁIS MIEDO
SI ESPERAS EL MOMENTO OPORTUNO, ERA ESE
Hay una canción con frases de Disney que tiene versos muy interesantes. Uno de ellos es el de «si esperas el momento oportuno era ese». Adultos y jóvenes nos hemos acostumbrado a posponerlo todo, desde un despertador hasta aquellas oportunidades que pasan pocas veces en la vida. San Ignacio de Loyola nos habla en los binarios de tantas personas que queremos cumplir la voluntad de Dios, pero «ya si eso mañana» o «cuando me venga bien». Así damos la victoria al mal espíritu que nos incita a acomodarnos y nos ciega remarcando solo las adversidades.
Si esperas el momento ideal para lanzarte con la persona con quien tienes cierto feeling, siempre encontrarás alguna excusa para no dar el paso. Si esperas a tener tiempo para sacarte el carnet de conducir o aprender un idioma, verás que no haces realmente un esfuerzo para organizarte mejor. Si tu grupo de amigos quiere hacer un viaje, elegid de entre dos fechas, la que más gente pueda. Porque rara vez le vendrá bien a todo el grupo. Y esas experiencias nunca se harán. Si tienes necesidad de Dios, haz por encontrarte con Él. Ve a diferentes Eucaristías, busca momentos de silencio interior o conversa con alguien que pueda acompañar tu proceso de fe. Porque Dios te busca, pero tienes que darle espacio para captarlo.
Porque si esperas el momento oportuno para rezar, para ir a una experiencia cristiana, para hacer un voluntariado… era ese. Eso sí, la vida es mucho más que una sucesión de bonitas frases de Disney.
DEJARME HACER
Más que hacer, la vida cristiana consiste en dejarse hacer en las manos del Alfarero:
https://youtu.be/WOz6BgsihbgTODO ES SIGNO DE OTRO
TU NOMBRE EN EL CORAZÓN DE DIOS
Luis A. Gonzalo
¿SOMOS TODOS HIJOS DE DIOS?
Es habitual escuchar que todos somos hijos de Dios. Quizá sea conveniente clarificar el significado de esta expresión. Obviamente no significa que seamos criaturas de Dios, pues si ese fuera su significado sería innegable que todos somos hijos de Dios, pero lo serían también los animales, ya que también son criaturas. Tengo la sospecha de que a veces bajo la expresión «todos somos hijos de Dios» lo que se quiere expresar es que todos somos iguales, en un momento en que la igualdad se ha convertido en un eslogan del discurso dominante cuando lo que es evidente es que todos somos distintos. Hemos de ser iguales ante la ley y en oportunidades, pero la verdad es que de hecho los seres humanos somos diversos en muchos aspectos: cualidades, capacidades, posibilidades, aficiones, riqueza y tantas otras cosas.
Ahora bien, cuando los cristianos decimos que somos hijos de Dios nos estamos refiriendo a que nuestra relación con Dios es la propia de Jesús, en quien Dios Padre nos ha adoptado como hijos. ¿Tenemos todos esa relación? Veamos cómo responde el Nuevo Testamento. Todos estamos llamados a ser hijos de Dios, como indica la primera carta a Timoteo cuando afirma: «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (Tim 2, 4). Pero la cuestión es si de hecho lo somos.
Empecemos por las cartas paulinas. En la carta a los Gálatas Pablo afirma que «todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús» (Gál 3, 26), con lo que vincula ser hijos de Dios con la fe. En la misma carta dice que «Dios envió a su Hijo… para rescatar a los que están bajo la ley para que recibiéramos la adopción filial. Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: Abbá, Padre» (Gál 4, 4-6), donde vincula ser hijo de Dios a la acción de Jesucristo y a la recepción de su Espíritu. Repite la misma idea en la carta a los Romanos (Rom 8, 14-16).
Vamos ahora al evangelio de Mateo donde ser hijos de Dios es una posibilidad, pero no algo ya dado de hecho. Así en Mt 5, 9: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios». De modo que alcanzar el título de hijo de Dios resulta vinculado a trabajar por la paz. En Mt 5, 44-45 se dice: «Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial»; aquí ser hijo de Dios se vincula con la misericordia y el amor gratuito y universal.
Finalmente, los escritos joánicos; en el evangelio de Juan se dice: «Pero a cuantos lo recibieron [a Jesucristo, el Verbo encarnado] les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre» (Jn 1, 12). Y en 1Jn 3, 9-10 podemos leer: «Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado, porque su germen permanece en él, y no puede pecar, porque ha nacido de Dios. En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo el que no obra la justicia no es de Dios ni tampoco el que no ama a su hermano».
Así, pues, para la teología joánica ser hijo de Dios es un don divino, pero también una tarea para el hombre vinculada a la fe y al amor. Incluso la primera carta joánica llega a distinguir entre hijos de Dios e hijos del diablo siendo la justicia el criterio que discrimina unos de otros.
En una palabra: todos los hombres estamos llamados a ser hijos de Dios, pero es la fe, el Espíritu de Jesús y la justicia y el amor lo que hace que de hecho lo seamos.
LA VIDA OCULTA DEL PAPA FRANCISCO
¡QUÉ BIEN SE ESTÁ AQUÍ!
OPTAR SIEMPRE POR EL PERDÓN
EL MILAGRO DE LA SELVA COLOMBIANA
Ayer salió en los medios el rescate de cuatro niños supervivientes en un accidente de avión en la selva colombiana, una versión moderna del clásico de Viven y que habla de la esperanza, de la belleza de la vida y del instinto de supervivencia del ser humano. No obstante, más allá del heroísmo y de la grandísima noticia que es y de los sentimientos que nos despierta, como en otros casos, también habla algo de cómo somos el resto de la humanidad.
En primer lugar, esta noticia desvela nuestra mentalidad urbanita que condiciona nuestro modo de pensar. Es decir, a nadie le extrañaría que unos niños de ciudad sobreviviesen en una capital lejos de su familia –aunque sea en condiciones precarias–. Sin quitar un ápice de heroísmo ni valor a estos niños, como indígenas estaban acostumbrados a vivir en su medio habitual, luego no es extraño que sobrevivan en su contexto habitual –insisto, esto no resta mérito ni suaviza la dificultad ni los innumerables peligros y riesgos de todo tipo–. Y aquí está nuestra primera trampa, ¿cuántas veces analizamos el mundo con los ojos de una visión urbana y minusvaloramos la sabiduría y el buen hacer de pueblos que viven lejos de la tecnología, del cristal y del hormigón?
Y por otro lado, otro aspecto aún más importante: la esperanza de las buenas noticias. Sin querer, se nos puede colar en nuestras vidas una enfermedad espiritual llamada catastrofismo, como el clásico amigo que disfruta hablando de muertos, de desgracias y de malas noticias. Hoy en día, sigue habiendo milagros y sigue habiendo buenas noticias. Y se nos olvida que el mal es una realidad, pero no absorbe toda la realidad, y que muchos contextos de nuestro mundo van a mejor. El problema es que a veces, a base de catastrofismo espiritual, enterramos la esperanza de un Dios que no nos abandona y sólo nos quedamos con el pesimismo y la desazón del que ve el telediario con la nostalgia de un mundo que nunca existió.
HE VENIDO A DAR PLENITUD
HAY QUE DEFENDER LA VIDA
SEÑOR, SI QUIERES LIMPIAME DE...
DIOS BUSCA NUESTRA FELICIDAD
La gloria de Dios es que el ser humano viva y sea feliz. Y la propia felicidad crece de manera proporcional a cómo seas capaz de repartirla a tu alrededor.
Luis A. Gonzalo
LAS APARIENCIAS ENGAÑAN
Últimamente he tenido contacto con varias personas sufriendo más de la cuenta por no poder mantener su apariencia: apariencia de éxito o de eficacia, de inteligencia o de fuerza, apariencias de salud perfecta o de eterna juventud, apariencias de familia, trabajo o economía 'ideales', apariencias hasta de generosidad 'cristiana' o de supuesta eficacia por el evangelio… Los que les rodeamos también valoramos demasiado la apariencia y –casi sin querer– les reforzamos que lo que no aparenta mucho, no vale nada. Aumentamos aún más su sufrimiento.
Estas cosas escuchadas y vividas recientemente me han hecho sentir que las 'apariencias' son como unas garras que nos atrapan bastante más de lo que creemos. No poder sostenerlas nos hace sufrir de modo innecesario. Rehacerlas parece lo único importante para uno mismo y para tantos que alrededor viven –vivimos– de esas apariencias. Con esta tendencia, se frenan procesos preciosos de crecimiento y honestidad personal solo por sostener una fachada más aparente. Sin embargo, nos podemos ayudar unos a otros a librarnos de esas garras de las apariencias aunque –finalmente– quizá solo un encuentro más definitivo con el Señor Jesús nos podrá rescatar del todo.
Contemplemos a Jesús en esa escena en el Templo frente al arca de las ofrendas para dejarnos encontrar por Él (Mc 12, 38-44). Ve a los que aparentan mucho y necesitan exhibir una generosidad muy insignificante para ellos –porque son ricos y les sobra– pero muy ruidosa. Pero fija su atención en alguien más silencioso, menos aparente: en una viuda pobre que hace su ofrenda de unas escasas monedas que son todo lo que tenía para vivir. Se fija en una generosidad silenciosa –tan en silencio que parece que solo Él la ve– y quita valor a las grandes apariencias vacías –aunque hagan mucho ruido–.
Coincide que a alguna de esas personas que sufren mucho por un fracaso en las apariencias, las conozco en profundidad y creo que su grandeza y lo que valen de verdad es mucho más que lo que han aparentado o querido aparentar. Como dice el refrán, en ellos «las apariencias engañan» pero no para ocultar algo malo sino una bondad más humana y auténtica, un fondo generoso mucho más genuino y verdadero. Creo que necesitan –como yo necesito– encontrarse con Alguien que valore lo que no se ve, lo que está más escondido, pero que tiene un brillo enorme.
Detrás de tanto aparentar puede surgir algo verdadero, auténtico… El fracaso de las apariencias no se resuelve reconstruyéndolas por cualquier medio, ni refugiándose solo en cuidarse a uno mismo, ni racaneando para asegurar la propia comodidad. En el fondo, solo una confianza y una entrega como la de esa viuda pobre del evangelio nos salva y salva a este mundo de falsas apariencias. «No es oro todo lo que reluce» pero la generosidad total y silenciosa de tantos como ella, brilla y vale mucho más que el oro. Y si nos dejamos rescatar de las garras destructivas de las apariencias, brillará también en ti y en mí.
ELIGE UN CAMINO
Olaizola
EN DEFENSA DE LOS NIÑOS DE MI BARRIO
Hay una pregunta que últimamente las personas con las que me relaciono me hacen mucho: «¿cómo son los niños de las Tres Mil Viviendas?» y de forma espontánea yo digo «pues niños, igual que los de aquí y los de allí», porque, aunque su realidad sea diferente, me permito el lujo de despojarles de esa adultez impuesta a la que muchas veces están obligados.
Casi siempre, esa primera pregunta desencadena muchas más: «pero… ¿es peligroso?», «¿quieres trabajar toda tu vida allí?», «allí no se dará clase, ¿no?», «tiene que ser muy duro», «¿tienes pensado quedarte mucho tiempo?»...
Y durante estas conversaciones, que intento no evitar, no puedo parar de pensar que somos, en gran medida, las formas en las que hablamos de las demás personas y colectivos cuestionando sus vidas con total libertad.
Estar presente en los barrios más sufrientes me permite preguntarme cada día ¿qué puedo aprender de ellos?, porque no es solo el alumnado quien aprende, los educadores necesitamos preguntarnos por las necesidades de las que somos testigos para así sembrar donde les hace falta y no donde nosotras queremos poner las semillas y las fuerzas. Y creo que esta pregunta es clave para abrir horizontes sobre cómo seguir contribuyendo para que la educación derribe muros, ventanas, puertas… partiendo de que nosotras también tenemos mucho que aprender aún, que nosotras también necesitamos de los demás.
Mirar de cerca la realidad que viven me regala, entre otras cosas, una mirada más limpia a la vida, como con la que nos miran a las seños las chicas y chicos del cole. Y es que cuando te miran así cuesta creer que haya en el mundo una manera más evangélica de mirar. Y, sobre todo, me ayuda a dejarles, simplemente, ser niños y apartarles, aunque sea por un rato, de esa adultez impuesta.
Quizá seamos las personas adultas, con nuestro modelo de vida siempre inconformista, desde la queja, la insatisfacción y la falta de empatía, las que ensuciamos sus maneras. Por eso, la persona que educa también tiene que preguntarse cada día: ¿de qué les está hablando mi vida?
Quizá sí, estar con las personas que sufren, contarles que hay Alguien que las quiere, que existen otras maneras de jugar, de relacionarse, de querer, de vivir… más cuidadosas con las demás personas y con ellas mismas… sea a lo que me quiera dedicar ‘toda mi vida’.
Y creo que cuando esto se vive desde la sencillez de no saber, pero intentarlo, desde la gratuidad y no la queja… se puede construir y sacar mucho provecho. Y encima te crees, de verdad, que ese sitio en el que no hay nada es el Reino de Dios.
COMO UN RÍO
Un hombre tenía una finca cruzada por un río. Cerca de la orilla había una cabaña donde pasaba la primavera. El cauce bajaba cargado de agua del deshielo de las montañas. Habitaba por aquellos alrededores toda clase de pajarillos que convertían la mañana en un agradable concierto. Al llegar el verano el río disminuía su caudal y el hombre marchaba a otro lugar donde poseía una casa más confortable.
Una primavera, al volver a la cabaña de la ribera, observó que el nivel del agua había aumentado considerablemente. El hombre aprovechó la oportunidad y construyó un canal para que el agua llenara un hermoso estanque. Podría permanecer más tiempo junto al río disfrutando de la paz y la frescura que se respiraba junto al estanque.
Un día al despertar comprobó que el nivel del agua subía y subía. Sin pensarlo mucho se puso manos a la obra y comenzó a construir un dique para que el río no lo invadiera todo. Quería conservar su tranquilidad. Pasaba los días y las noches vigilando el río. Aquel lugar de paz se convirtió en una carga. Necesitaba controlarlo.
Tantos días estuvo trabajando que, derrotado por el cansancio, cayó en un profundo sueño. Mientras dormía, el río aumentó tanto su caudal que rebasó por completo el dique. Todo quedó inundado. El sueño de aquel hombre por convertir su finca en un rico jardín parecía haberse roto.
Pasaron tres días y el agua comenzó a descender. Al volver el río a su cauce brotaron miles de flores. Ese verano los árboles dieron frutos más grandes y sabrosos que nunca.
El hombre comprendió que hay fuerzas contra las que no se puede luchar. Desde entonces vivió en la cabaña y miraba al río de otra manera. Comprendió que era imposible modificar su cauce. Nunca más intentaría controlarlo. Dejando al río ser río encontró la paz verdadera.
Dios es como un río que nos cruza y nos llena de vida. A veces, cuando le encontramos (o mejor, cuando Él nos encuentra) tenemos la tentación de jugar a controlarlo y manejarlo a nuestro antojo. Se nos olvida que no podemos encerrarlo en nuestras conveniencias y esquemas. Cuando Él quiere y como Él quiere se salta los diques que construimos… y siempre para darnos vida.