EVANGELIO DE SAN MATEO 8, 1-4

NO TENEMOS TIEMPO, SOMOS TIEMPO


 Como bien dijo el primer día un profesor de universidad los hombres siempre vamos con prisa a todos lados y nunca tenemos tiempo. No sé cuántas veces a lo largo de la semana podemos llegar a decir no tengo tiempo. ¿Quedamos a tomar un café? No tengo tiempo, pero a ver cuándo quedamos. ¿Podría ir a verte ahora? Mira ahora no tengo tiempo, pero llámame luego para ver cómo estoy de libre; o mejor, ya te llamo yo cuando esté libre.

Y la pregunta que me surge es ¿desde cuándo el hombre ha tenido el tiempo en sus manos? ¿Desde cuándo somos capaces de manejar el tiempo? El tiempo no lo tenemos, es lo que somos, pues cuando no somos, ya no hay tiempo que valga pues estaremos en el infinito. Nuestro ser habrá dejado de ser para pasar al infinito. Nuestro ser finito deja el tiempo para pasar a lo eterno.

Somos tiempo y, creo que por muchos avances tecnológicos y de pensamiento que se produzcan en la historia, eso no cambiará. Es lo más valioso de nosotros. Es el mayor regalo que nos podemos hacer unos a otros: nuestro tiempo. Solemos regalarnos en fechas importantes, en momentos bonitos o para arreglar mal entendidos objetos que compramos en tiendas. Pero ¿no será mejor regalo una hora de nuestra vida con el otro? ¿No es sino el encuentro con un amigo el mejor regalo? ¿No sucede que el tiempo con otro es luz en la noche?

Nos cuesta más organizarnos la semana dejando horas libres para pasarlo con lo demás, que llenar la agenda de mil y una tareas que pueden ser muy importantes, pero que nos gastan por dentro. Organizamos encuentros semanales, encuentros mensuales, o trimestrales e incluso anuales con familiares y amigos porque nos parecen importantes, pero en nuestra vida cotidiana nos cuesta sentarnos junto a otro y escuchar. Porque esa es otra, si nos juntamos para vernos nos gusta más hablar y que se nos oiga, que escuchar y esperar. Cuando Jesucristo nos dijo que cuando dos o más se reúnen en su nombre él está en medio de nosotros, ¿no sería una llamada a vivir desde los encuentros con los otros? Cuando nos dijo que al rezar entrásemos en nuestro cuarto, ¿no sería para que en ese encuentro no nos distrajésemos con otras «cosas importantes»? Gastemos la vida en ese encuentro sagrado que es tu amigo, que es tu familia, que es tu compañero de enfrente, que es el Otro.

 Nubar Hamparzoumian, sj

EVANGELIO DE SAN MATEO 16, 13-19

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HAZ LO QUE TE SALGA DEL CORAZÓN

Hace años se solía escuchar esta frase en las series de adolescentes, en las películas de sábado por la tarde y en las novelas románticas de bolsillo. No obstante, como una extraña pandemia se ha extendido y lo oímos cada vez más, convirtiéndose no solo en un recurso cultural barato, sino que surge en el mismo momento en el que alguien no sabe qué consejo darte y se le ocurre soltar una frase bonita al mismo tiempo.

Y más allá de que nuestras fuentes audiovisuales nos digan siempre lo mismo o de la sabiduría de nuestros confidentes hay una certeza clara: el mundo ha puesto casi todo el peso en las emociones. Por eso oímos hablar de empatía, de salud emocional, de pensar en uno mismo, de cuidarte tú primero, de mindfulness, de ansiedad y así un largo etcétera… y cada vez menos de verdad, de conciencia, de decidir en frío, de sacrificarte, de argumentar y de pensar en el otro.

Si repasamos la tradición bíblica el corazón aparece y tiene un peso especial. Es sabio hacer lo que te salga del corazón. Sin embargo, en el concepto de corazón que manejamos los judíos y los cristianos convergen a la vez los afectos y sentimientos y la verdad y el pensamiento. Pasión y razón, emociones y argumentos. Deseo y sentido. Es ahí donde nos lo jugamos. No en ser afectivo o en ser racional, sino en saberlos combinar para aprender a decidir y a movernos por la vida. Hacer lo que te salga del corazón, sí, pero no vale cualquier cosa.

Álvaro Lobo, sj

 

NO TENGÁIS MIEDO


No tengáis miedo. Por tercera vez lo pide Jesús: Su palabra es radical; ¡qué bueno si la dejamos entrar en nuestro corazón! Cuando en medio de la crisis oímos que lo peor está todavía por llegar y nos entra el pánico, es el momento de recordar que somos importantes para Dios, que valemos más que muchos pajarillos a los que él cuida. 

Cuando nuestras seguridades se resquebrajan y ya no hacemos pie, es hora de decir amén, de apoyarnos como niños en los brazos amorosos del Padre, de descargar en él lo que nos agobia. Jesús es el corazón de nuestro corazón. Esta presencia confiada en el Señor es la que han vivido, y viven, tantos testigos; ellos han conocido el amor y se han atrevido a amar, han experimentado la libertad y han liberado; nos sorprende, sobrecoge, conmueve su actitud. 

La fe no crea hombres cobardes, sino personas resueltas y audaces. Cuando vemos que la presencia del Señor nos pacifica, cuando aceptamos sobre nosotros su mirada de amor, entonces podremos curar a los demás con la ternura, el afecto, la alegría, el saludo, el abrazo; podremos decir a los demás: No tengáis miedo. Así se fortalecen las personas,

Cipecar
 

SI ESPERAS EL MOMENTO OPORTUNO, ERA ESE

Hay una canción con frases de Disney que tiene versos muy interesantes. Uno de ellos es el de «si esperas el momento oportuno era ese». Adultos y jóvenes nos hemos acostumbrado a posponerlo todo, desde un despertador hasta aquellas oportunidades que pasan pocas veces en la vida. San Ignacio de Loyola nos habla en los binarios de tantas personas que queremos cumplir la voluntad de Dios, pero «ya si eso mañana» o «cuando me venga bien». Así damos la victoria al mal espíritu que nos incita a acomodarnos y nos ciega remarcando solo las adversidades.

Si esperas el momento ideal para lanzarte con la persona con quien tienes cierto feeling, siempre encontrarás alguna excusa para no dar el paso. Si esperas a tener tiempo para sacarte el carnet de conducir o aprender un idioma, verás que no haces realmente un esfuerzo para organizarte mejor. Si tu grupo de amigos quiere hacer un viaje, elegid de entre dos fechas, la que más gente pueda. Porque rara vez le vendrá bien a todo el grupo. Y esas experiencias nunca se harán. Si tienes necesidad de Dios, haz por encontrarte con Él. Ve a diferentes Eucaristías, busca momentos de silencio interior o conversa con alguien que pueda acompañar tu proceso de fe. Porque Dios te busca, pero tienes que darle espacio para captarlo.

Porque si esperas el momento oportuno para rezar, para ir a una experiencia cristiana, para hacer un voluntariado… era ese. Eso sí, la vida es mucho más que una sucesión de bonitas frases de Disney.

Francesc Fayos Suau

 

EVANGELIO DE SAN MATEO 7, 15-20

DEJARME HACER

Más que hacer, la vida cristiana consiste en dejarse hacer en las manos del Alfarero:

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EVANGELIO DE SAN MATEO 1, 57-66.80

TODO ES SIGNO DE OTRO

«Todo es signo de Otro. Este sentimiento de las cosas creadas como signo, este sentimiento de la Creación, es la cifra de la religiosidad de san Francisco de Asís. Y por favor, tiremos a la basura esa lectura boba que hace del movimiento franciscano una especie de ecologismo ante naturam. Porque para reducir a Francisco a abanderado de un cierto ecologismo sentimental, hay que haber leído sólo la primera parte del Cántico de las criaturas. En cambio, si se lee integralmente, resulta patente en él el dolor infinito que la vida trae consigo a causa del mal, de la maldad, aunque éstos pueden ser vencidos precisamente por lo que la realidad nos dice que es Dios: Bondad, Belleza, Amor; pueden ser vencidos en la participación y el reconocimiento de la presencia buena del Padre: 'Alabado seas mi Señor, por quienes perdonan por tu amor', hasta aquella afirmación humanamente inconcebible que supone decir 'Alabado seas por nuestra hermana muerte'.»

Franco Nembrini (Dante, el poeta del deseo)

TU NOMBRE EN EL CORAZÓN DE DIOS

Mira al cielo y ten la seguridad de que allí está la explicación de lo que no entiendes y lo que esperas. Está tu nombre en el corazón de Dios. Eso basta.

Luis A. Gonzalo

EVANGELIO DE SAN MATEO 6, 19-23

¿SOMOS TODOS HIJOS DE DIOS?

Es habitual escuchar que todos somos hijos de Dios. Quizá sea conveniente clarificar el significado de esta expresión. Obviamente no significa que seamos criaturas de Dios, pues si ese fuera su significado sería innegable que todos somos hijos de Dios, pero lo serían también los animales, ya que también son criaturas. Tengo la sospecha de que a veces bajo la expresión «todos somos hijos de Dios» lo que se quiere expresar es que todos somos iguales, en un momento en que la igualdad se ha convertido en un eslogan del discurso dominante cuando lo que es evidente es que todos somos distintos. Hemos de ser iguales ante la ley y en oportunidades, pero la verdad es que de hecho los seres humanos somos diversos en muchos aspectos: cualidades, capacidades, posibilidades, aficiones, riqueza y tantas otras cosas.

Ahora bien, cuando los cristianos decimos que somos hijos de Dios nos estamos refiriendo a que nuestra relación con Dios es la propia de Jesús, en quien Dios Padre nos ha adoptado como hijos. ¿Tenemos todos esa relación? Veamos cómo responde el Nuevo Testamento. Todos estamos llamados a ser hijos de Dios, como indica la primera carta a Timoteo cuando afirma: «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (Tim 2, 4). Pero la cuestión es si de hecho lo somos.

Empecemos por las cartas paulinas. En la carta a los Gálatas Pablo afirma que «todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús» (Gál 3, 26), con lo que vincula ser hijos de Dios con la fe. En la misma carta dice que «Dios envió a su Hijo… para rescatar a los que están bajo la ley para que recibiéramos la adopción filial. Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: Abbá, Padre» (Gál 4, 4-6), donde vincula ser hijo de Dios a la acción de Jesucristo y a la recepción de su Espíritu. Repite la misma idea en la carta a los Romanos (Rom 8, 14-16).

Vamos ahora al evangelio de Mateo donde ser hijos de Dios es una posibilidad, pero no algo ya dado de hecho. Así en Mt 5, 9: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios». De modo que alcanzar el título de hijo de Dios resulta vinculado a trabajar por la paz. En Mt 5, 44-45 se dice: «Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial»; aquí ser hijo de Dios se vincula con la misericordia y el amor gratuito y universal.

Finalmente, los escritos joánicos; en el evangelio de Juan se dice: «Pero a cuantos lo recibieron [a Jesucristo, el Verbo encarnado] les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre» (Jn 1, 12). Y en 1Jn 3, 9-10 podemos leer: «Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado, porque su germen permanece en él, y no puede pecar, porque ha nacido de Dios. En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo el que no obra la justicia no es de Dios ni tampoco el que no ama a su hermano».

Así, pues, para la teología joánica ser hijo de Dios es un don divino, pero también una tarea para el hombre vinculada a la fe y al amor. Incluso la primera carta joánica llega a distinguir entre hijos de Dios e hijos del diablo siendo la justicia el criterio que discrimina unos de otros.

En una palabra: todos los hombres estamos llamados a ser hijos de Dios, pero es la fe, el Espíritu de Jesús y la justicia y el amor lo que hace que de hecho lo seamos.

José Ramón Busto Saiz SJ

 

ALABA ALMA MÍA AL SEÑOR

EVANGELIO DE SAN MATEO 6, 7-15

LA VIDA OCULTA DEL PAPA FRANCISCO



El presidente Zelensky fue recibido ayer por el papa Francisco en el Vaticano. La primera reunión desde el inicio de la guerra de Ucrania. Un encuentro en el que para muchos el papa adquiere un rol equidistante y en el que para otros se implica demasiado, sabiendo que este tipo de valoraciones dependen demasiado del calibre ideológico del que lo formule, dicho sea de paso. Podremos especular todo lo que queramos, pero la mayoría de la información no la tenemos.

Sin embargo, más allá de lo que más o menos pueda hacer el papa, hay algo que no se puede discutir: el deseo de hacer de la Iglesia un espacio de reconciliación entre personas, pueblos, religiones y culturas. Y esto, en un mundo que vive sometido a demasiados intereses particulares ya es un logro considerable. No se trata de un juego de equilibrios propio de la diplomacia, es el sueño de una humanidad capaz de vivir en paz y en comunión. Es tan profético como novedoso.

Y quizás detrás de la foto, a mí me gusta imaginar lo que no hemos visto en los medios –porque no todo es oscuro en los pasillos de Roma, como hacer creer algunos–. Es el trabajo de Bergoglio y de su equipo hablando con unos y con otros, las cartas revisadas una y otra vez, las llamadas y tantos desvelos, las cientos de reuniones y las oraciones desesperadas. Porque es en estos casos donde se palpa cómo la vida oculta es mucho más importante que lo que sale en la foto, es el trabajo sencillo y a la vez complicado por el Reino de Dios, y que disfrutarán muchos aunque no sean conscientes de ello. Porque aquí, como en otros tantos casos, es más importante el trabajo que no se ve.

Álvaro Lobo, sj

CONTIGO, MARÍA

EVANGELIO DE SAN MATEO 5, 33-37

¡QUÉ BIEN SE ESTÁ AQUÍ!

¿Cuándo fue la última vez que, cerca de alguien o en algún lugar en particular, te sentiste «tan bien»? Me gusta escuchar a los jóvenes que están a gusto en un lugar, que les agrada estar en un sitio en particular, o «¡este lugar mola!»

Es curioso, pero todo el tiempo estamos relacionándonos con otras personas, yendo de un lugar a otro, pero pocas veces nos detenemos a pensar, ¿dónde y con quién me siento verdaderamente a gusto? ¿Dónde y con quién me siento en paz? ¿Dónde y con quién me siento libre? ¿Dónde y con quién me siento seguro, amado y perdonado?

No con todas las personas y no en todos los lugares nos sentimos bien. Hay personas que tienen ese don maravilloso de crearte unas 'condiciones' tales, que te permiten ahondar en la propia interioridad y conectar mejor con los demás. Son seres humanos sin ninguna cualidad extraordinaria aparente, pero poseen ese don precioso de permitirte que seas tú mismo porque ellos lo son.

Son personas que parecen estar totalmente dispuestas a permanecer cerca de ti, aun cuando lo que tengas para mostrar no sea otra cosa que el 'chiquero' que todos llevamos dentro. Son personas que te esponjan el alma, te acarician el corazón, y te enriquecen el espíritu. Necesitamos más de esas personas. Desgraciadamente, muchos lugares eclesiales no son lo acogedores que deberían ser, ni las personas que tienen por oficio de animar a los demás parecen estar prestando bien ese servicio.

Necesitamos convertirnos, tú y yo, en personas con capacidad para contener, acompañar, ayudar, colaborar con los demás para que descubran la belleza que anida en ellas. Ayudar a que el otro esté a gusto consigo mismo. Estoy convencido de que nadie comienza un camino de maduración, un despertar espiritual, si no se acepta primero como es y como está. Solo entonces emprenderá un camino de transformación espiritual.

Javier Rojas, sj

OPTAR SIEMPRE POR EL PERDÓN


A veces, nos cuesta pedir perdón y ofrecerlo a quien nos hiere. Esta canción es una invitación a optar siempre por el perdón más allá del orgullo:
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EVANGELIO DE SAN MATEO 11, 25-30

EL MILAGRO DE LA SELVA COLOMBIANA

Ayer salió en los medios el rescate de cuatro niños supervivientes en un accidente de avión en la selva colombiana, una versión moderna del clásico de Viven y que habla de la esperanza, de la belleza de la vida y del instinto de supervivencia del ser humano. No obstante, más allá del heroísmo y de la grandísima noticia que es y de los sentimientos que nos despierta, como en otros casos, también habla algo de cómo somos el resto de la humanidad.

En primer lugar, esta noticia desvela nuestra mentalidad urbanita que condiciona nuestro modo de pensar. Es decir, a nadie le extrañaría que unos niños de ciudad sobreviviesen en una capital lejos de su familia –aunque sea en condiciones precarias–. Sin quitar un ápice de heroísmo ni valor a estos niños, como indígenas estaban acostumbrados a vivir en su medio habitual, luego no es extraño que sobrevivan en su contexto habitual –insisto, esto no resta mérito ni suaviza la dificultad ni los innumerables peligros y riesgos de todo tipo–. Y aquí está nuestra primera trampa, ¿cuántas veces analizamos el mundo con los ojos de una visión urbana y minusvaloramos la sabiduría y el buen hacer de pueblos que viven lejos de la tecnología, del cristal y del hormigón?

Y por otro lado, otro aspecto aún más importante: la esperanza de las buenas noticias. Sin querer, se nos puede colar en nuestras vidas una enfermedad espiritual llamada catastrofismo, como el clásico amigo que disfruta hablando de muertos, de desgracias y de malas noticias. Hoy en día, sigue habiendo milagros y sigue habiendo buenas noticias. Y se nos olvida que el mal es una realidad, pero no absorbe toda la realidad, y que muchos contextos de nuestro mundo van a mejor. El problema es que a veces, a base de catastrofismo espiritual, enterramos la esperanza de un Dios que no nos abandona y sólo nos quedamos con el pesimismo y la desazón del que ve el telediario con la nostalgia de un mundo que nunca existió.

 Álvaro Lobo, sj

 

HE VENIDO A DAR PLENITUD

«No he venido a abolir, sino a dar plenitud» Cumplir las leyes adquieren un nuevo sentido desde la venida de Cristo. No son un mero cumplimiento ritual sino una forma de vida que nos llena al saber que las mismas defienden al que es fiel y que buscan la salvación de las almas.

M Escribano

EVANGELIO DE SAN MATEO 5, 20-26

HAY QUE DEFENDER LA VIDA

Hay que defender la vida en todas sus encrucijadas. Defenderla con criterio y coherencia. Defender la vida en germen que empieza a desplegarse. La vida de quien, en los márgenes, busca dignidad. La vida amenazada por la violencia, el odio o el egoísmo. La vida atacada desde prejuicios y etiquetas. La vida herida de quien se ve en situaciones desesperadas. La vida terminal que necesita recobrar motivos. Defenderla poniéndola en valor. Mostrando que hay que cuidarla. Defenderla que es hacerla posible, pero también hacerla digna. Porque no basta con existir, sino que hay que ayudar a que esa existencia sea plena, sea amada, sea reflejo de la plenitud a la que estamos llamados. Defender la vida es amar. De poco sirve forzar a otros a tomar decisiones si no hay compromiso con esos otros para hacerlas posibles. Defender la vida, no de la muerte última, que ha de llegar al final y desde la fe es antesala de otra plenitud; sino de las muertes prematuras que nacen del egoísmo, de la indiferencia, de la soledad, de la desesperación, de la injusticia, de la guerra...

Esto no debería ser la lucha de unas personas contra otras. Es una lucha de la humanidad por su plenitud.

J Mª Olaizola

DIOS BUSCA NUESTRA FELICIDAD

La gloria de Dios es que el ser humano viva y sea feliz. Y la propia felicidad crece de manera proporcional a cómo seas capaz de repartirla a tu alrededor.

Luis A. Gonzalo



 

EVANGELIO DE SAN MARCOS 12,38-44

LAS APARIENCIAS ENGAÑAN

Últimamente he tenido contacto con varias personas sufriendo más de la cuenta por no poder mantener su apariencia: apariencia de éxito o de eficacia, de inteligencia o de fuerza, apariencias de salud perfecta o de eterna juventud, apariencias de familia, trabajo o economía 'ideales', apariencias hasta de generosidad 'cristiana' o de supuesta eficacia por el evangelio… Los que les rodeamos también valoramos demasiado la apariencia y –casi sin querer– les reforzamos que lo que no aparenta mucho, no vale nada. Aumentamos aún más su sufrimiento.

Estas cosas escuchadas y vividas recientemente me han hecho sentir que las 'apariencias' son como unas garras que nos atrapan bastante más de lo que creemos. No poder sostenerlas nos hace sufrir de modo innecesario. Rehacerlas parece lo único importante para uno mismo y para tantos que alrededor viven –vivimos– de esas apariencias. Con esta tendencia, se frenan procesos preciosos de crecimiento y honestidad personal solo por sostener una fachada más aparente. Sin embargo, nos podemos ayudar unos a otros a librarnos de esas garras de las apariencias aunque –finalmente– quizá solo un encuentro más definitivo con el Señor Jesús nos podrá rescatar del todo.

Contemplemos a Jesús en esa escena en el Templo frente al arca de las ofrendas para dejarnos encontrar por Él (Mc 12, 38-44). Ve a los que aparentan mucho y necesitan exhibir una generosidad muy insignificante para ellos –porque son ricos y les sobra– pero muy ruidosa. Pero fija su atención en alguien más silencioso, menos aparente: en una viuda pobre que hace su ofrenda de unas escasas monedas que son todo lo que tenía para vivir. Se fija en una generosidad silenciosa –tan en silencio que parece que solo Él la ve– y quita valor a las grandes apariencias vacías –aunque hagan mucho ruido–.

Coincide que a alguna de esas personas que sufren mucho por un fracaso en las apariencias, las conozco en profundidad y creo que su grandeza y lo que valen de verdad es mucho más que lo que han aparentado o querido aparentar. Como dice el refrán, en ellos «las apariencias engañan» pero no para ocultar algo malo sino una bondad más humana y auténtica, un fondo generoso mucho más genuino y verdadero. Creo que necesitan –como yo necesito– encontrarse con Alguien que valore lo que no se ve, lo que está más escondido, pero que tiene un brillo enorme.

Detrás de tanto aparentar puede surgir algo verdadero, auténtico… El fracaso de las apariencias no se resuelve reconstruyéndolas por cualquier medio, ni refugiándose solo en cuidarse a uno mismo, ni racaneando para asegurar la propia comodidad. En el fondo, solo una confianza y una entrega como la de esa viuda pobre del evangelio nos salva y salva a este mundo de falsas apariencias. «No es oro todo lo que reluce» pero la generosidad total y silenciosa de tantos como ella, brilla y vale mucho más que el oro. Y si nos dejamos rescatar de las garras destructivas de las apariencias, brillará también en ti y en mí.

 

ELIGE UN CAMINO

Elegir un camino, encontrar una verdad, vivir una vida. Es todo lo contrario que zascandilear por todos los caminos sin ir a ninguna parte, buscar discursos a conveniencia y vivir fragmentos con lógicas diversas.

Y al final, elegir un camino es renunciar a los otros...

Olaizola

SI TUVIERA FE COMO UN GRANITO DE MOSTAZA

EN DEFENSA DE LOS NIÑOS DE MI BARRIO

Hay una pregunta que últimamente las personas con las que me relaciono me hacen mucho: «¿cómo son los niños de las Tres Mil Viviendas?» y de forma espontánea yo digo «pues niños, igual que los de aquí y los de allí», porque, aunque su realidad sea diferente, me permito el lujo de despojarles de esa adultez impuesta a la que muchas veces están obligados.

Casi siempre, esa primera pregunta desencadena muchas más: «pero… ¿es peligroso?», «¿quieres trabajar toda tu vida allí?», «allí no se dará clase, ¿no?», «tiene que ser muy duro», «¿tienes pensado quedarte mucho tiempo?»...

Y durante estas conversaciones, que intento no evitar, no puedo parar de pensar que somos, en gran medida, las formas en las que hablamos de las demás personas y colectivos cuestionando sus vidas con total libertad.

Estar presente en los barrios más sufrientes me permite preguntarme cada día ¿qué puedo aprender de ellos?, porque no es solo el alumnado quien aprende, los educadores necesitamos preguntarnos por las necesidades de las que somos testigos para así sembrar donde les hace falta y no donde nosotras queremos poner las semillas y las fuerzas. Y creo que esta pregunta es clave para abrir horizontes sobre cómo seguir contribuyendo para que la educación derribe muros, ventanas, puertas… partiendo de que nosotras también tenemos mucho que aprender aún, que nosotras también necesitamos de los demás.

Mirar de cerca la realidad que viven me regala, entre otras cosas, una mirada más limpia a la vida, como con la que nos miran a las seños las chicas y chicos del cole. Y es que cuando te miran así cuesta creer que haya en el mundo una manera más evangélica de mirar. Y, sobre todo, me ayuda a dejarles, simplemente, ser niños y apartarles, aunque sea por un rato, de esa adultez impuesta.

Quizá seamos las personas adultas, con nuestro modelo de vida siempre inconformista, desde la queja, la insatisfacción y la falta de empatía, las que ensuciamos sus maneras. Por eso, la persona que educa también tiene que preguntarse cada día: ¿de qué les está hablando mi vida?

Quizá sí, estar con las personas que sufren, contarles que hay Alguien que las quiere, que existen otras maneras de jugar, de relacionarse, de querer, de vivir… más cuidadosas con las demás personas y con ellas mismas… sea a lo que me quiera dedicar ‘toda mi vida’.

Y creo que cuando esto se vive desde la sencillez de no saber, pero intentarlo, desde la gratuidad y no la queja… se puede construir y sacar mucho provecho. Y encima te crees, de verdad, que ese sitio en el que no hay nada es el Reino de Dios.

Blanca Soro Piñal

 

NO CALMES ESTA SED

EVANGELIO DE SAN MARCOS 12, 28b-34

COMO UN RÍO

Un hombre tenía una finca cruzada por un río. Cerca de la orilla había una cabaña donde pasaba la primavera. El cauce bajaba cargado de agua del deshielo de las montañas. Habitaba por aquellos alrededores toda clase de pajarillos que convertían la mañana en un agradable concierto. Al llegar el verano el río disminuía su caudal y el hombre marchaba a otro lugar donde poseía una casa más confortable.

Una primavera, al volver a la cabaña de la ribera, observó que el nivel del agua había aumentado considerablemente. El hombre aprovechó la oportunidad y construyó un canal para que el agua llenara un hermoso estanque. Podría permanecer más tiempo junto al río disfrutando de la paz y la frescura que se respiraba junto al estanque.

Un día al despertar comprobó que el nivel del agua subía y subía. Sin pensarlo mucho se puso manos a la obra y comenzó a construir un dique para que el río no lo invadiera todo. Quería conservar su tranquilidad. Pasaba los días y las noches vigilando el río. Aquel lugar de paz se convirtió en una carga. Necesitaba controlarlo.

Tantos días estuvo trabajando que, derrotado por el cansancio, cayó en un profundo sueño. Mientras dormía, el río aumentó tanto su caudal que rebasó por completo el dique. Todo quedó inundado. El sueño de aquel hombre por convertir su finca en un rico jardín parecía haberse roto.

Pasaron tres días y el agua comenzó a descender. Al volver el río a su cauce brotaron miles de flores. Ese verano los árboles dieron frutos más grandes y sabrosos que nunca.

El hombre comprendió que hay fuerzas contra las que no se puede luchar. Desde entonces vivió en la cabaña y miraba al río de otra manera. Comprendió que era imposible modificar su cauce. Nunca más intentaría controlarlo. Dejando al río ser río encontró la paz verdadera.

Dios es como un río que nos cruza y nos llena de vida. A veces, cuando le encontramos (o mejor, cuando Él nos encuentra) tenemos la tentación de jugar a controlarlo y manejarlo a nuestro antojo. Se nos olvida que no podemos encerrarlo en nuestras conveniencias y esquemas. Cuando Él quiere y como Él quiere se salta los diques que construimos… y siempre para darnos vida.

 Antonio Bohórquez, sj