UN NUEVO CORAZÓN

EVANGELIO DE SAAN JUAN 11, 45-57

¿SERÉ YO?

¿Seré yo, Maestro,
quien afirme
o quien niegue?
¿Seré quien te venda
por treinta monedas
o seguiré a tu lado
con las manos vacías?
¿Pasaré alegremente
del «hossannah»
al «crucifícalo»,
o mi voz cantará
tu evangelio?
¿Seré de los que tiran la piedra
o de los que tocan la herida?
¿Seré levita, indiferente
al herido del camino,
o samaritano conmovido
por su dolor?
¿Seré espectador
o testigo?
¿Me lavaré las manos
para no implicarme,
o me las ensuciaré
en el contacto con el mundo?
¿Seré quien se rasga las vestiduras
y señala culpables,
o un buscador humilde de la verdad?

 

José María Rodríguez Olaizola, sj

 

SI CONOCIERAS COMO TE AMO

EVANGELIO DE SAN JUAN 10, 31-42

¿QUÉ SIGNIFICA "SER CRISTIANO"?

Ser cristiano es saber que cada día que despierto es un regalo que recibo. Es estremecerse ante la inmensidad del océano y la lejanía del horizonte. Es sentir la gratuidad de todo cuanto nos rodea. Es palpar que no nos hemos dado nada de lo que tenemos. Es conmoverse con el vuelo de las aves y el croar de una rana. Es traspasar con la mirada la caducidad del otoño. Es percibir, tras él, la luz del invierno. Es rendirse a la belleza de los astros. Es contemplar agradecido el rostro del amigo. Es reír y bailar, trabajar y descansar, conversar y amar. Ser cristiano es, pues, una manera de vivir. Pero vivir sintiendo cómo el bien del mundo nos remite al Dios de Jesús que, con su Santo Espíritu, es fuente y sostén de todo cuanto existe. Ser cristiano es vivir en serio.

Por eso, ser cristiano también es saber que todos los días mueren miles de niños. Es estremecerse ante la inmensidad del hambre y la cercanía de la guerra. Es sentir la vaciedad de las promesas de paz y la indignación de las víctimas. Es palpar que unos lo tienen todo y otros nada. Es conmoverse con la miseria de tantos y la hartura de tan pocos. Es ser traspasado por la mirada del marginado. Es percibir, en él, el rostro velado de Jesucristo. Es rendirse al negro esplendor de la verdad. Es contemplar indignado el rostro del abusador. Es llorar y protestar, denunciar y acompañar, resistir y perdonar. Ser cristiano es, ciertamente, un modo de vivir. Pero vivir sintiendo cómo también el horror del mundo nos remite a ese Dios Padre que, con su Espíritu, es justicia y esperanza de todo cuanto existe. Ser cristiano significa, sin ninguna duda, vivir en serio.

Pedro Castelao


 

UN DIOS DE VIVOS

EVANGELIO DE SAN JUAN 8, 51-59

EN LA HORA DE MI MUERTE, LLÁMAME

 

No sé cómo será. Ese misterioso último instante en el que uno parece pasar, sin más, de la vida a la muerte. No vivo con miedo ni mucho menos pero reconozco en mí algo de morbosa curiosidad al pensar en ese momento en el que, llegada la hora, toca partir. Porque sí, aunque el mundo parezca a veces querer ocultárnoslo, la muerte forma parte de la vida.

No sé cómo será pero sí sé que no será un fracaso. Morir no es perder el juego de la vida. Morir no es caer en la batalla. Morir tampoco es el único argumento de la obra. Pero por muy asumido que lo crea tener la muerte sigue clavando su aguijón cada vez que veo irse a un ser querido. Qué fácil es saber las cosas y qué difícil es vivirlas. Porque sé que morir es parte de mi condición de criatura, como también lo es equivocarme o ser incapaz de hacer ciertas cosas. Y, sin embargo, por mucho que lo sepa me sigo descubriendo a menudo intentando dominar la vida, esforzándome en vano en ser señor de mi propia finitud.

No sé cómo será pero sí sé cómo espero que sea. Espero poder llegar a ese día después de una vida vivida contigo y como Tú. Haber vivido contigo en lo oculto, donde aparentemente no pasaba nada, confiando en que el Reino también brota aunque nadie se dé cuenta. Haber vivido como Tú el trabajo y el ministerio, caminando siempre al lado de los hombres y mujeres de tu Pueblo, habiendo podido colaborar contigo a cargar con sus cruces. Vivir contigo y como Tú… para también poder un día morir contigo y como Tú. Poder escuchar en ese último día tu voz pronunciando mi nombre.

Ángel Benítez Donoso, sj

LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR

  
“Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo” (Lc 1,31)

El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. María, Madre de todos, siempre caminó movida por el Espíritu Santo. 

Escuchó las promesas. Se atrevió a decir Sí. En Ella se encarnó Jesús.  El Espíritu te lleva a mirar a María. En Ella y con Ella, te hace las más hermosas propuestas para tu vida. Canta con Ella las maravillas de Jesús. En medio de la oscuridad comienza algo nuevo.

Espíritu Santo, transfórmanos el corazón, envíanos a un fuerte compromiso social y misionero. Gracias por hacer de nuestro corazón una casa abierta para muchos.

NIÑOS Y FUTURO

En la misma semana tuvimos dos noticias que, en principio, parecerían contradictorias: el nacimiento de la persona que nos ha hecho superar la barrera de los 8.000 millones de seres humanos en el planeta, y el aviso sobre la más baja tasa de natalidad en nuestro país de la serie histórica. Somos más humanos de los que nunca hemos sido a la vez sobre el planeta. Pero parece que, como en la lotería, a nosotros no nos toca.

Podíamos decir que tanto da. La humanidad crece y el planeta es grande. Que nuestro país pierda población no debería preocuparnos, porque en lo global, la ganamos. Esto, como bien te habrás dado cuenta, es una trampa estadística más. Otra lectura que nos puede surgir en el contraste de estas dos noticias es pensar que la noticia mala no es la baja tasa de natalidad, sino que seamos 8.000 millones, porque el planeta no da más de sí. Lo que no deja de ser verdad… pero sin seres humanos, ¿para qué cuidar el planeta?

Creo que la lectura creyente es entender que nos preocupe esta cuestión más o menos, lo cierto es que los niños, las niñas, siguen siendo el futuro. Y sin infancia, no hay futuro. Cuántas veces Jesús pone a un niño en el centro de las preocupaciones. A fin de cuentas, no dejan de ser los pequeños seres humanos que no tienen voz pública. Puede parecer un planteamiento radical, pero nuestra tarea fundamental como especia tiene que ser asegurar la siguiente generación. Su crecimiento y bienestar. No nuestro éxito, no nuestro progreso, el suyo, el de los siguientes. Con esto claro, se nos cambian algunos esquemas y discursos, claro.

Poner nuestro esfuerzo y nuestro horizonte en otros, en los pequeños habitantes, en los locos bajitos, no solo nos ahorrará, creo, pesimismos, sino que nos ayudará a entender que no vivimos para nosotros ni para alcanzar nuestro crecimiento, sino para que otros crezcan. Literalmente, en este caso. Sin este planteamiento base, poco valor tendrán nuestros proyectos, nuestros objetivos, nuestro desarrollo… sin relevo no nos servirá de nada.

 

MUJERES DE CUARESMA

 


Sus vidas, sus testimonios, sus opciones, nos hablan de confianza, fortaleza, ternura, entrega. Son mujeres de ayer y de hoy. María de Nazaret, Teresa, Etty, Olga... Sus vidas nos recuerdan que amor y confianza van de la mano, y transforman el mundo.

Pastoralsj

SURFEAR O SUMERGIRSE

TU MEJOR VERSIÓN

ENCONTRAR A DIOS EN LAS INSTITUCIONES

Hay muchas formas de ser cristiano y hay muchos carismas en la Iglesia. Cada uno tenemos una sensibilidad especial, en sintonía con nuestra forma de ser y con lo que hemos vivido. Unos ven más a Dios en los pobres y en las realidades sociales más complejas. La mayoría lo ven en las personas y cada vez más en la naturaleza –aunque esto ya lo hacían muchos–. Otros, sin embargo, se encuentran más cómodos en la belleza de la liturgia y en la dimensión comunitaria de los sacramentos. Los hay que rezan mucho y otros que solo lo hacen antes de los exámenes. Lo que leen y los que no leen. Algunos hablan mucho de Dios y otros lo esconden en la intimidad de su alma, a veces envueltos en un mar de dudas. Incluso los hay que lo encuentran en el trabajo y hasta en la biblioteca.

Recorriendo nuestro mundo y nuestra Iglesia, podemos ver que es posible eso de que Dios está en todas las cosas, que su amor late y se nos da en todas las realidades. No obstante, a veces se nos olvida que Dios está también en las instituciones. Las mismas que guardan los vínculos entre personas y permiten lanzar proyectos, que custodian el alma de una comunidad y que son tan imperfectas, santas y pecadoras, como lo son las personas que las conforman. Tan solo hace falta mirar nuestra vida, para darnos cuenta de su importancia y todo lo que nos permiten hacer. Pueden ser mejores o peores, pero donde no existen sencillamente reina el caos y la impotencia.

En un mundo cada vez más individualista, no es exagerado afirmar que cada uno de nosotros debemos aprender a ver a Dios en las instituciones. No solo hay muchas posibilidades en ellas, también hay mucho trabajo escondido y el deseo profundo de hacer el bien. El cinismo que únicamente se fija en lo malo solo hace que se destruyan proyectos. Pocas cosas hay tan bonitas como las instituciones que unen realidades, tiempos y personas, y esto es lo que están llamadas a hacer estas estructuras.

Tomémoslas en serio, pues el ser humano está llamado a vivir en sociedad y el Espíritu Santo, también pasa por allí.

 

SALMO 45. CUARESMA 23

CAMBIA NUESTRO CORAZÓN

EVANGELIO DE SAN JUAN 5, 31-47

EL SENTIDO DE LA PENITENCIA

La clave de la penitencia es su sentido: distinguir lo que deseamos como caprichos puntuales, compensaciones que no nos dejan crecer, de las verdaderas necesidades que requiere nuestro estado de vida (civil, religioso, casado, soltero, padre, madre…). En esto nos estamos jugando nuestro sentido y felicidad. ¿Por qué hacemos todos esos sacrificios, limosnas y oraciones?, ¿por costumbre, por obligación… o por convicción? Dos sombríos compañeros nos acompañan en nuestro viaje cuaresmal:

Por un lado, el sacrificio sin sentido: un cristianismo oscurecido. Consiste en sufrir extra de modo voluntario. Yo soy muy penitente, «espiritualísimo», así que me impongo más sacrificios que rezos. Represión irracional de deseos. Ahora bien, lo que queríamos precisamente era renovar nuestro deseo de Dios: purificar nuestra voluntad, no esclavizarla todavía más.

Por otro lado, el sentido sin sacrificio: un cristianismo sin cruz (aún más oscuro…). Aquí se busca una felicidad al margen de Dios. Sin embargo, ya numerosos testigos de Cristo nos lo han advertido claramente: no hay cristianismo sin cruz. Cristo es el camino, la verdad y la vida; también a través de las misteriosas dunas del desierto cuaresmal.

¿Solución? Ni una ni otra propuesta. El sufrimiento hay que integrarlo en la vida cotidiana, pues tiene un sentido último, que aquí no logramos terminar de ver. Ofrezcamos al Señor el sufrimiento no buscado y evitemos sufrir sin sentido. El mejor criterio de penitencia es nuestro propio crecimiento espiritual: si algo nos ayuda a crecer –nos hace más libres y felices por dentro–, entonces es una penitencia que Dios fecundará hasta límites que se nos escapan. Lo poco que podamos ofrecerle a Jesús en sacrificio nos lo devolverá de forma sobreabundante. Estamos bajo el sol abrasador del desierto cuaresmal, pero Dios sufre con nosotros y en nosotros. Déjate guiar hasta la tierra prometida, más allá de oasis imaginarios. Una tierra real como la vida misma. Una tierra sin llanto ni dolor.

 Bernardo Sastre OP

 

¿CUÁNDO?

EVANGELIO DE SAN LUCAS 18, 9-14

DESDE LA DESESPERANZA LA ESPERANZA

Cuando la injusticia desborda. Cuando el mal y la perversión parecen haber tomado el control y el poder, con toda impunidad. Cuando la crueldad hace añicos la esperanza. Cuando hasta las entrañas duelen. Cuando la paz nos es arrebatada y sentimos que no nos queda derecho a la alegría. Cuando el desgarro no deja sitio para el amor. En plena desolación, dejemos a Dios actuar. No levantemos muros de rabia que nos aíslen. No respondamos con un odio que nos seque el corazón. Que la maldad no nos vende los ojos ni plante en nosotros semilla negra. Que la reacción desde la desazón es instintiva y legítima, pero derriba más que construye. Aunque no haya respuesta. Aunque nada calme el dolor. Que no nos venzan, que aún tenemos camino por recorrer. Que no apaguen también nuestra luz.
Dejemos que la reconciliación germine. Seamos instrumentos de paz, cimientos de puente. Que de esta muerte venga nuestra resurrección. Desde nuestro ser ceniza, hagamos de la vida bienaventuranza.

QUE ME HABLE TU SILENCIO

EVANGELIO DE SAN LUCAS 11, 14-23

MISERICORDIA

 

Ayúdame, Dios mío, por tu bondad

Perdóname por lo que he hecho mal, 

tú sabes cómo soy. 

Yo sé que no miras lo que está mal, 

sino lo bueno que es posible.

Te gusta un corazón sincero,

y en mi interior me das sabiduría.

 

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,

renuévame por dentro con espíritu firme;

no me dejes vagar lejos de tu rostro,

no me quites tu santo espíritu. 

Enséñame a vivir la alegría profunda de tu salvación,

Hazme vibrar con espíritu generoso:

entonces mi vida anunciará tu grandeza,

enseñaré tus caminos a quienes están lejos,

los pecadores volverán a ti. 

Hazme crecer, Dios,

Dios, Salvador mío,

y mi lengua cantará tu justicia.

Señor, me abrirás los labios,

y mi boca proclamará tu alabanza. 

 

Los sacrificios no te satisfacen:

si te ofreciera ritos sólo por cumplir, no los querrías.

Lo que te ofrezco es un espíritu frágil;

un corazón quebrantado y pequeño,

tú no lo desprecias. 

 

Señor, por tu bondad, favorece a tus hijos

haznos fuertes en tu presencia.

Entonces te ofreceremos lo que somos, 

tenemos, vivimos y soñamos, 

 y estarás contento.


Adaptación Salmo 50

Adaptación del salmo 50

ES EL MOMENTO

EVANGELIO DE SAN JUAN 5, 31-47

CONVERSIÓN

Sigue curvado sobre mí, Señor,

remodelándome,

aunque yo me resista.

¡Qué atrevido pensar

que tengo yo mi llave!

¡Si no sé de mí mismo!

Si nadie como Tú puede decirme

lo que llevo en mi dentro.

Ni nadie hacer que vuelva

de mis caminos

que no son como los tuyos.

Sigue curvado sobre mí,

tallándome,

aunque a veces de dolor te grite.

Soy pura debilidad, Tú bien lo

sabes.

Tanta, que, a ratos,

hasta me duelen tus caricias.

Lábrame los ojos y las manos,

la mente y la memoria,

y el corazón, que es mi sagrado,

al que no Te dejo entrar

cuando me llamas.

Entra, Señor, sin llamar,

sin mi permiso.

Tú tienes otra llave,

además de la mía,

que en mi día primero Tú me diste,

y que empleo, pueril, para

cerrarme.

Que sienta sobre mí tu ‘conversión’

y se encienda la mía

del fuego de la Tuya,

que arde siempre,

allá en mi dentro.

Y empiece a ser hermano,

a ser humano,

a ser persona.

¡Qué paciencia, Señor,

sobre Tu mundo,

que nosotros tratamos,

mal-tratamos,

como si fuera nuestro,

del primero que llegue,

el más astuto,

o el más ladino,

o de aquel o de aquella,

a quien no duele

pisar a los demás,

como se pisa

la uva en el lagar,

o una hormiga, o un escarabajo.

Sigue vuelto, Señor

con Tu sol y Tu lluvia

para todos,

para buenos y malos,

pacientes y violentos,

víctimas y verdugos,

lloviendo y calentando

esta tierra que somos.

Sigue haciendo germinar

en todos

la semilla que eres

¡Que la hagamos crecer,

sin desmayarnos,

entre tanta cizaña!

Y que dé de comer a mucha gente

pan Tuyo y pan nuestro

el que de Ti hemos aprendido a ser

 multiplicándonos. 

Ignacio Iglesias, sj



 

LA LLEVARÉ AL DESIERTO Y LE HABLARÉ AL CORAZÓN

EVANGELIO DE SAN LUCAS 15, 1- 3.11-32

¿QUÉ ES LA LIMOSNA?

De entre las tres prácticas que nos propone la Cuaresma, dar limosna a los pobres suele ser la hermana pequeña, la última de la fila. Puede quedarse en un mero lavar la conciencia dando «un sobrecito a la iglesia»; o en un bienintencionado «lo que ahorras con el ayuno, se lo das a los pobres». ¿Y? Pocas veces nos pone en juego de veras. Dar limosna así es una práctica bastante cómoda, la verdad.

¿Cuál es el verdadero sentido de dar limosna? Pensemos en el pasaje por excelencia sobre la limosna en el evangelio: la viuda que no da lo que le sobra, sino aquello que tiene para vivir (Lc 21, 1-4). ¿Es entonces una cuestión de cantidad? ¿Una cuestión de vaciar la cartera o la cuenta corriente hasta quedarnos a cero? Temblamos… No. Jesús no pidió eso. No fue juzgando bolsas y limosnas. Lo que sí pidió es ser absolutamente libre y poner la confianza sólo en Él.

Podríamos estar dando permanente limosna. Nunca sería suficiente para acabar con la pobreza en el mundo, ni siquiera para vaciar la cartera. Cuando hubiéramos dado el dinero, nos quedaría la educación, o las amistades, o… Todos somos ricos de alguna manera. De hecho, dar limosna tiene que ver con reconocer la propia riqueza y agradecerla como un don. Entonces siempre se es suficientemente rico para ser generoso.

Dar limosna es encontrar aquel tesoro que queremos compartir. Es pararse y descubrir qué necesita el mundo a mi alrededor. ¿Es una moneda acompañada de una sonrisa y una conversación? ¡Pues adelante! Arriésgate y hazlo esta cuaresma. ¿Es una llamada de teléfono pospuesta por descuido o por dejadez? ¡Pues no pongas excusas y llama!

Dar limosna es sacar el centro de nosotros mismos, de lo que se nos debe, y ponerlo en el otro, en lo que necesita. Dar limosna es ayunar del egoísmo y sus excusas. Dar limosna es la respuesta más natural si la oración es verdadera.


 

SED MISERICORDIOSOS

EVANGELIO DE SAN MATEO 21,33-43.45-46

EL DIOS DE LOS SUSURROS

El otro día me llegó por una de las redes sociales un texto en el que un soldado del ejército ucraniano agradecía nuestras oraciones por su pueblo. Decía que dichos rezos le habían ayudado, a él y a sus compañeros, a descubrir vías de escape de las balas, a despistar a los enemigos, a librarse misteriosamente de determinados peligros… Eran hechos sutiles, casi como pequeños milagros que les habían salvaguardado de, seguramente, la muerte.

No sé si este texto es realmente un escrito de tal soldado, o es una de esas cosas falsas que van circulando por internet. Pero a mí me hizo pensar en «el silencio de Dios» ante estos hechos tan horribles.

El silencio de Dios nos asalta de vez en cuando en la vida. Es esa ausencia de respuesta por su parte en los momentos más tenebrosos de nuestra historia. Le preguntas, y nada. Compartes tus necesidades y penas con Él, y nada. Ruegas y suplicas, y nada. Dios parece sumergido en un mutismo insondable, impenetrable y absolutamente opaco para nuestro entendimiento. ¿Dónde está ese «pedid y se os dará, llamad y se os abrirá»? ¿Dónde está ese Padre que «nos lleva tatuados en la palma de la mano»? ¿O ese pastor que deja a todas sus ovejas para salir a buscar a la perdida?

Poco a poco he ido desistiendo de intentar entender ese silencio. Al fin y al cabo, también ese silencio lo padeció su propio hijo en la cruz. Pero algo he aprendido: que Dios esté en silencio no significa que no esté. Ese silencio denso que te envuelve como una nube es también signo de su presencia. No entiendo muy bien qué me quiere decir con él, si es que está respetando mi libertad y la de los demás, si está poniéndome a prueba o simplemente está esperando a que sea yo la que dé algún tipo de respuesta. Y sí, muchas veces he dicho: «Dios ya no vive aquí»; o he puesto en duda su existencia y las creencias que han formado parte de mí toda la vida. Sin embargo, en el fondo, muy en el fondo, de alguna manera he sentido que estaba ahí, conmigo, padeciendo, callado, conmigo; abrazándome, porque a veces un abrazo es mejor que mil bellas palabras seguidas.

Cada día veo las noticias de la guerra, horrorizada y con tristeza, y sigo preguntándome «¿dónde estás, Dios?». Y me digo que Dios es también el Dios de los susurros, que no trona desde el cielo, sino que habla en voz bajita. Es el Dios de las pequeñas cosas, de las acciones sencillas pero salvadoras, de los humildes gestos que encienden algo de esperanza. Es como si Dios se hiciera pequeño y tomara la talla de nuestras acciones y palabras, para, a través de ellas, aliviar y ayudar. Y en Él confiamos, en que en su infinito amor y sabiduría sabrá recoger en sí mismo el sufrimiento, sabrá hacer que de él saquemos vida, sabrá acoger cada situación para darle plenitud y sentido.

En este tiempo de Cuaresma en que caminamos con Jesús hacia la cruz, nos unimos a Él en su dolor, decepción, abandono… Con Jesús, el mundo también se clava en una cruz, pregunta a Dios por qué le ha abandonado, y espera la resurrección. Porque la resurrección es la respuesta segura que romperá todos los silencios.

 

CONVIÉRTEME DE SALOMÉ ARRICIBITA

EVANGELIO DE SAN LUCAS 16, 19-31

PEDIR PERDÓN Y PERDONAR

Hace unos meses que ronda en mi cabeza con preocupación la dificultad que estamos viviendo como individuos y como sociedad para pedir perdón y para perdonar.

Por un lado observo en mí mismo, a mi alrededor, en los personajes públicos... que pedir perdón, tener un gesto de humildad reconociendo de palabra o con gestos que a veces nos equivocamos y metemos la pata, parece que es de personas inferiores y que es signo de debilidad. Pero no podremos avanzar en ningún aspecto de nuestras vidas y de nuestro mundo sin pedir perdón y sin perdonar.

Y es que no podemos olvidar que pedir perdón nos libera, nos libra de remordimientos y culpabilidades insanas, nos hace sentirnos compasivos y misericordiosos con los demás, nos ayuda recordar que somos limitados y, lo más importante, nos ayuda a vivir en verdad.

Por otro lado también creamos muchas resistencias a la hora de perdonar. Perdonar es asumir que no hay vuelta atrás, que las cosas no se van a poder modificar en muchos casos, pero a la vez es asumir que hay un mañana mejor, que hay que tener esperanza y confiar. Y es que cuando perdonamos avanzamos a pasos de gigantes, levantamos de nuevo puentes y cosemos heridas, dándole una nueva oportunidad a las situaciones.

Y es que en este momento faltan ejemplos de personas que sepan pedir perdón y perdonar, que sepan vivir en verdad y sean capaces de disculparse y aceptar disculpas, más allá de sus intereses personales y partidistas en beneficio del bien común. Es importante recordar que a lo largo de la historia en cada conflicto superado hubo un gran ejercicio de perdón y de saber perdonar por parte de todas las partes implicadas. No hay individuo, ni grupo humano, ni sociedad, que tengan futuro sin personas íntegras que sepan pedir perdón y perdonar diferenciando claramente nuestros errores de nuestra valía como personas.

Y siempre es bueno echar una mirada a Jesús e intentar introducir en nuestras vidas su estilo basado en la compasión y en la misericordia como el único camino que genera vida y construye Reino, reivindicando que otra forma de vivir es posible basada en la confianza en Dios, en unos mismo y en los demás. ¡Adelante!

 

LOS MEJORES AMIGOS

Hace bastantes años, siendo un poco más inexperto en esto de la complejidad de las relaciones humanas, vivía con culpabilidad la acusación que alguna vez alguien me hacía de ser más amigo de unas personas que de otras. Yo, según esa acusación, expresada con amable contundencia y despiadada inhumanidad, debía sentir lo mismo por todo el mundo, y llevar una escrupulosa contabilidad afectiva, para no hacer diferencias «que eran incompatibles con una verdadera comunidad cristiana». Entonces aquello me hacía dudar. Esa idealización de las relaciones humanas, ese balance emotivo, esa exigencia de frialdad (pues eso era, al fin y al cabo)… me generaba desazón y me hacía dudar sobre si estaba tratando bien a la gente.

A lo largo de los años he vuelto a encontrar periódicamente esa misma mitificación de las relaciones. Quien exige siempre trae un plan B por si pones objeciones. «No, por supuesto que puedes tener amigos, pero no aquí, no ahora, no en la parroquia, o en el colegio, o en el ámbito en que trabajas (para no mezclar)» y de nuevo la insidiosa sospecha, porque ¿cómo vas a cuidar de todos si hay diferencias? (De poco sirve que expliques entonces que los vínculos surgen donde uno gasta la vida).

Hoy tengo muy claro que la amistad para mí es algo innegociable, y no se construye a base de encajar piezas de un puzzle para que todo esté perfectamente colocado. La amistad es una necesidad profunda, humana, y real (y si es importante en toda vida, no te cuento en la vida de los célibes). No se programa, no se diseña, y no se fuerza. Surge (o no) precisamente allá donde hay encuentro, contacto, convivencia o proyectos comunes. Y como tanto en las relaciones humanas tiene algo de imprevisto, de incontrolable, de gratuito.

Evidentemente, has de intentar tratar a todo el mundo con justicia. Pero no puedes ser amigo de todo el mundo. ¿A quién no le ha ocurrido, que con algunas personas te brota mantener cierta distancia desde el minuto uno (y a veces ni siquiera sabes por qué, pues las afinidades son así de extrañas)? Del mismo modo, tampoco puedes pretender gustar o caer bien a toda la gente. Si el propio Jesús habla de amar a amigos y enemigos, es muy consciente de que no todos los vínculos son fáciles o amables.

Lo que sí puedes es respetar a todos. No hacer diferencias injustas basadas en el afecto. Puedes tratar de querer a todos (aunque evidentemente no llamarías a todo el mundo para compartir una herida, una alegría o un mal rato). Y compartir distintos ámbitos de la vida con distintas personas. Pero, por supuesto, haciendo de la amistad una categoría real, no una mistificación irreal.